La influencia del Atlántico imprime en gran medida el carácter de los vinos que se hacen en Galicia. Los sistemas montañosos protegen los valles que se adentran siguiendo el curso de los ríos, y las suaves temperaturas y las altitudes moderadas propician el cultivo de la vid, de donde salen grandes vinos blancos. Pero a los paisanos de estos lares también les gusta tomar tintos por lo que, en menor medida, han trabajado de manera tradicional uvas negras, la mayoría variedades muy antiguas y minoritarias.

Los hermanos Diego y Álvaro Collarte crecieron en Vigo pero, acabados sus estudios, decidieron dejar la metrópoli para regresar a la tierra donde nacieron sus antepasados. En lo alto de unas colinas cerca de Ribadavia, en la DO Ribeiro, fundaron un viñedo que plantaron con Brancellao, Merenzao, Sousón, Ferrón, Caiño Longo, Loureiro tinto y Carabañeira entre otras, que hoy ocupan 9 hectáreas. Además, las trabajan con sello ecológico, todo un reto en esta zona tan húmeda, un auténtico «paraíso para los hongos» que en 2016 les llevó a perder casi toda la cosecha, uno de los diversos episodios críticos por los que ha pasado este incipiente proyecto.

De aquí salen ediciones limitadas de más de veinte vinos, o «pruebas», como les llaman ellos. Catamos el Dos Canotos de 2017 sin sulfitos, hecho con una parte de racimos enteros, con raspón y breve permanencia en cubas de castaño. Un tinto de color rojo cereza de media capa, hecho con Sousón, Caiño Longo y Brancellao de cepas jóvenes al que conviene dar un tiempo de aireación. Cuando se abre comienza a intuirse que se trata de algo muy particular, con recuerdos a fruta roja (cerezas), arándanos, evocación mineral y a sotobosque. En el paladar es fresco, vivo, con gran acidez, cuerpo ligero, taninos finos, sensación metálica y mineral. Sorprendente.