«Presenta gran capacidad manipulativa, imposibilidad de ponerse en el lugar de los demás y falta de empatía y respuesta afectiva en relación a los hechos que se le imputan». Además, hay «escasa reacción emocional respecto de la fallecida, de la situación por la que pueden estar pasando los familiares de la fallecida y sus propios familiares. No expresa muestras de arrepentimiento sobre los hechos que se le atribuyen y que nos ha reconocido».

Son parte de las observaciones que incluyen en su informe multidisciplinar las dos médicas forenses de la Unidad de Valoración Forense Integral (UVFI) de Violencia de Género que se han entrevistado con Alberto L. H., el abogado y profesor asociado de la Universitat de València (UV) de 36 años que el pasado 3 de diciembre mató presuntamente a su novia, Cristina, una prometedora empresaria inmobiliaria de 30 años, con dos grados, tres másteres y cuatro idiomas en su currículum, en el piso de la calle Conde de Altea donde residía el acusado.

Ese informe, ya en poder de la jueza de Violencia sobre la Mujer número 1 de València y que deja claro que no sufre ningún trastorno mental y que no consumió ni drogas ni alcohol el día del crimen, traza un retrato que no deja lugar a la duda de que el investigado, que tilda la prisión de «coñazo» aunque ahora está «más entretenido» desde que sus padres le han llevado un televisor, no solo cumple con buena parte de los rasgos de personalidad y comportamientos propios del maltratador, sino también del psicópata.

Así, la exploración detecta respuestas aprendidas, frialdad emocional y conductas antisociales, además de muestras de egoísmo, por ejemplo, cuando pregunta «pero esto me va a aportar algún beneficio» cuando se le pregunta si accede a la exploración psicológica o se niega a ver la imagen del cuerpo de su víctima con este comentario: «No quiero ver la foto por mi sufrimiento».

Las dos médicas forenses dejan claro el distinto talante mostrado en la primera entrevista, realizada el pasado 14 de febrero, y la segunda, la del 1 de abril. En la primera, se muestra «colaborador, con cierta empatía y escasa manipulación». En la segunda, sin embargo, intenta engañar a las dos psiquiatras y manipular su discurso «haciendo constantes referencias a terminología de tipo psicológico para justificar cualquier tipo de conducta sobre la que se le pregunta» en relación con el asesinato.

«He tenido a lo largo de mi vida episodios depresivos previos», «unos días antes tuve una crisis depresiva tremenda», «yo tengo anticipación negativa vital», «esas ideas se estaban fraguando en mi cabeza», «es una espiral psicológica y ella era mi alivio».

Cuando la psiquiatra le pregunta qué significan esas patologías, no solo intenta desviar la entrevista sino que «levanta el tono de voz y su lenguaje corporal es mucho más rígido». Tampoco le gustó que las médicas lo pillaran en varias mentiras, como, por ejemplo, que se había procurado un manual de Psicología en prisión, aunque únicamente confesó estar leyendo ‘20.000 leguas de viaje submarino’, el clásico de Julio Verne que dijo haber recibido en prisión de sus padres. «El otro, ni lo he abierto», aseguró.

Un complejo y un crimen brutal

Durante ambas entrevistas, relató el asesinato de Cristina sin culpa y sin emoción, pero en el segundo encuentro lo hizo de una manera mucho más pormenorizada. Recuerda que la joven llegó «con vino y con queso para la cena», que vieron dos capítulos de «The Office» y que después mantuvieron relaciones sexuales.

Y ahí llega una de las claves: Alberto L. H. tenía problemas de eyaculación. Según él, la tenía retardada, pero estaba mejorando porque iba a un sexólogo, aunque frena en seco la entrevista en ese punto. Cristina contó esa circunstancia a su psicóloga y a su amigas. También que cuando ella llegaba al clímax antes que él, Alberto se giraba dándole la espalda y terminaba masturbándose. También sucedió aquella noche. Él lo detalla sin complejos. Y remata: «Ella era perfecta, yo no», resumió.

Según la autopsia, Cristina fue atacada mientras dormía. Utilizó primero una piedra con la que le provocó fracturas craneales letales, continuó cosiéndola a puñaladas con tres cuchillos y una tijera y también la asfixió con el cinturón de un albornoz. «Ojalá hubiera sido suficiente con la piedra», llega a expresar durante las entrevistas.

Él no habla del móvil. Se niega, utiliza evasivas o guarda silencio. Durante la primera valoración psiquiátrica, la que se le realiza en el hospital a petición de la jueza, ya que los médicos no habían apreciado ningún indicador de trastorno que la aconsejara, ya había expresado incongruencias como, por ejemplo, «quiero castigarme a mí mismo agrediendo a Cristina», que «llevaba dos días pensando en matarla», que la acuchilló tras los golpes en la cabeza «para asegurarse de matarla» o que le había dado muerte porque tenía «miedo a perderla», ya que «estaba seguro de que ella lo iba a dejar», aunque «tampoco de forma inminente».

De Cristina dice que «yo sabía que ella era mejor que yo, era consciente de eso» o «me trataba bien, incluso me puso una asistenta». La otra figura que considera superior a él es su hermano, dos años mayor que él y brillante en sus estudios y en su profesión, mientras que él abandonó Ingeniería de Caminos a los 7 años tras conseguir completar solo tres años –antes de pasarse a Derecho– y prescindieron de sus servicios en tres prestigiosos bufetes de abogados por bajo rendimiento y escaso interés. Hasta su último trabajo, en la UV, le llegó por su hermano.

En el informe describe claramente ese complejo de inferioridad asumiendo que «siempre ha querido seguir la estela de su hermano mayor, sintiéndose frustrado cuando no lo ha conseguido». Y eso, confiesa, «ha pasado en muchas ocasiones».

A la forense: «Estás siendo muy agresiva»

A lo largo de ambas entrevistas, el presunto asesino machista repite una y otra vez que pensó en matarse y que trató de hacerlo saltando desde la ventana. Era un séptimo piso y solo se fracturó un tobillo, por lo que las forenses tampoco están muy convencidas de esa idea suicida. De hecho, una de ellas le llega a preguntar que por qué mató a Cristina si lo que quería, según él desde hacía días, era suicidarse. La reacción es inmediata. «Eres muy agresiva y estás teniendo prejuicios», le espeta. De hecho, al sentirse acorralado, acabó cambiando el tuteo mantenido desde el inicio por el tratamiento de usted.