El penalista Juan Carlos Navarro se reincorporó ayer al juicio contra el presunto asesino en serie Jorge Ignacio P. J. solo ocho días después de sufrir un infarto, precisamente en mitad de esta vista oral, y de pasar por el quirófano y la UCI para poder exponer personalmente al jurado su informe final, que concluyó, como el resto de las acusaciones, pidiendo a los nueve jurados un veredicto de culpabilidad para el acusado.

Navarro, que se llevó una cariñosa reprimenda de la magistrada cuando desconectó el pulsómetro que controlaba su frecuencia cardiaca, realizó un alegato basado en la figura de la Justicia, y contrapuso en la balanza la presunción de inocencia que, recordó «le asiste mientras no hay un veredicto y una sentencia, porque sí estamos en un Estado de Derecho», a las evidencias y pruebas que destruyen ese derecho y que, recordó, han llevado al plenario decenas de peritos, investigadores y criminalistas de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, genetistas, forenses y psiquiatras, entre otros. Y las víctimas, sobre todo ellas.

«Este juicio es especial», dijo Navarro, «aquí teníamos once víctimas. Nos hemos quedado en diez por fortuna para él. Muchas veces, en los delitos sin testigos, como estos, todo se reduce a víctima contra acusado, pero aquí tenemos diez. Una, puede ser o no ser; dos, también; pero tres, cuatro, cinco, seis, siete y finalmente ocho, nueve y diez... La balanza empieza a desequilibrarse».

Y el testimonio de estas víctimas, remarca el acusador, «cumpe sobradamente con los once factores que exige el Tribunal Supremo para que, por sí mismo, constituya una prueba de cargo. Recuerden el lenguaje gestual del acusado y el de las víctimas. Quiero que piensen qué les merece más crédito, si este señor o sus víctimas».

Apoyó su argumento en ir desmontando una a una las mentiras y contradicciones que, dijo, evidencian la culpabilidad de Jorge Ignacio P. J. como «asesino serial que va repitiendo las secuencias. Es un ritual». Desde que no estuvo en el piso de Lady Marcela –«es insultante. De él hay no una, como dijo la defensa, sino ¡siete muestras de ADN en el piso! y la geolocalización con su teléfono», a que Arliene consumió la cocaína de la mesita de noche, precisamente la que acabaría teniendo más del 82 % de pureza, cuando a los forenses les había contado que la chica no consumió –«una mujer que se está ganando la vida por 50, 100 euros, que vende al que llega ‘sus habilidades que no su cuerpo’, y cito aquí ‘Memorias de una gheisa’,¿tendría una droga del 82%? No, tendría la más barata».

Le hizo saltar de la silla cuando contó al jurado que también mintió cuando dijo que no hubo contacto con su madre durante sus 21 días de fuga citando uno de los informes de los teléfonos y analizó su gestualidad, con la cabeza bajada y las manos entrelazadas, «propio de quien oculta algo». «El acusado no quiso responder a las preguntas de las acusaciones por eso mismo, por que en los detalles, se habría perdido». Por eso les pidió a los jurados que tengan en cuenta tanto lo que dijo, como lo que no dijo, «porque el silencio puede justificar la certeza de culpabilidad».

Navarro centró la última parte de su informe en explicarle al jurado la diferencia entre asesinato y homicidio, que aquí se basa en que el acusado eliminó toda capacidad de defensa de sus víctimas llevándolas a un estado mortal o perimortal «con la introducción sorpresiva y no consentida de cocaína en pureza y cantidad letal». Por eso defendió que «este caso se nutre con la declaración de una y de otra, con las evidencias de unos casos que se ven en los otros. No ha hecho falta escuchar a las muertas, a Arliene, a Lady Marcela o a Marta, porque las hemos escuchado a través de las vivas»,sentenció.

Por su parte, Isabel Carricondo, la letrada que más gestos irrespetuosos provoca en el inculpado y que representa a la víctima número 8, repasó los tres encuentros que Jorge Ignacio P. J. tuvo con ella y cómo en el tercero, hasta en dos ocasiones, le introdujo piedras de cocaína «del tamaño de una uva» en la vagina y en el ano pese a que le dijo que no hasta en dos ocasiones. «Yo les pregunto, si mujeres que no se conocen de nada entre sí, que no han coincidido nunca, dan las mismas versiones o muy similares, ¿no creen que eso habla por sí mismo?».

«Este señor, que era un traficante de drogas,es el mal hecho persona. Sabía lo que hacía con cada una de las víctimas. Y a las mujeres, en este país, se las respeta, por muy prostitutas que sean, se las respeta o se acaba en un banquillo, porque estamos en un Estado de Derecho, y porque estamos en él, este señor tiene el derecho a estar sentado aquí y no en otro lado», le recordó.

«Por aquí ha pasado la élite de la investigación de este país, fiscales, policías, guardias civiles, jueces, especialistas de todo tipo... Todos han seguido adelante, con paciencia, haciendo un trabajo excelente. A todos nos ha criticado, incluido a su anterior abogado. ¿Todos llevan el paso cambiado? ¿Todos están equivocados? Oiga, estamos en un Estado de Derecho. A la madre de Marta Calvo, a la que todas las mujeres debemos darle las gracias, no se le ha acercado siquiera para pedirle perdón, y lleva 22 días sentada en esa silla (señala a Marisol Burón), soportando y escuchando todo lo que ha tenido que soportar y escuchar. Ha destrozado a tres familias, la de Marta, la de Arliene y la Lady Marcela. Es un asesino serial, un depredador de mujeres vulnerables. Las engañó a través de un juego sexual, erótico, la fiesta blanca, que él convirtió en sádica. Es un feminicida sin precedentes en la historia de España, yo no he encontrado ningún otro. Y por ello, les pido que lo declaren culpable del intento de asesinato de mi defendida», concluyó.