Asia, de nueve años, dibuja a su padre echando fuego por la boca e incendiando la casa en la que vivía junto a sus hermanos y su madre. Ellos están fuera, han conseguido escapar a tiempo. Esta pintura premonitoria de una pequeña víctima de la violencia vicaria es uno de los esbozos infantiles del terror que sufren muchos niños víctimas de la violencia machista, tanto como testigos del maltrato hacia sus madres como de forma directa como víctimas de esa violencia vicaria ejercida por los maltratadores para causar un mayor daño a sus exparejas. En este caso las amenazas se cumplieron y apenas un tiempo después de realizar este dibujo, el maltratador prendió fuego al inmueble familiar en Chiva.  

Esta es una de las pinturas que pudieron verse ayer por la tarde en la exposición organizada por la asociación Alanna en el centro cultural Mesón de Morella de València sobre «Hijas e hijos de la violencia de género», donde a través de los dibujos realizados por niños y niñas de entre tres y quince años, que han vivido de primera mano los efectos de la lacra machista, se observan las secuelas psicológicas de esta violencia contra las mujeres en la mirada y el trazado de los menores.

«El objetivo de esta exposición es concienciar y sensibilizar mediante el prisma de estos dibujos terapéuticos, detrás de cada uno de ellos hay una historia de terror», explica la psicoterapeuta Chelo Álvarez, quien a su vez utiliza estos dibujos y la técnica de la narrativa –con los más mayores– para analizar y tratar cada caso. Desde que comenzó en el año 96 reconoce que ya habrán pasado por sus terapias 6.000 niños víctimas de una u otra forma de la violencia machista.

«Analizamos los colores empleados, los tamaños de las figuras, la fuerza y presión al dibujar y todo el movimiento no verbal del niño mientras dibuja», detalla la especialista, presidenta de Alanna. «Algunos se ponen nerviosos, otros lloran, o gritan, rompen el papel, o simplemente se quedan paralizados», describe sobre las reacciones de los menores, que en ocasiones tardan hasta dos o tres horas en hacer el dibujo, «dirigido pero desde las emociones internas de cada niño», aclara.

Hay pautas que se repiten en muchas de las pinturas, como el hecho de dibujar a sus madres sin piernas, lo que simboliza que no pueden escapar de la violencia, como refleja en su dibujo Pablo, de nueve años, tirando del brazo de su madre para ayudarla a huir del maltrato. Otros pintan solo cabezas sin cuerpos, a su madre llorando y a su padre como un borrón en negro. 

La disociación como herramienta de defensa también es habitual en estos dibujos. Este es el caso de Pere, de diez años, quien sonríe mientras su padre le recrimina por no meter goles. Al volver de cada partido el maltratador, que necesita tener a su lado a la mujer e hijos perfectos, daba rienda suelta a toda su violencia contra el menor con palizas y denigrándolo, «eres un inútil, no vales para nada», trasladando al menor un sentimiento de culpabilidad.

Pero no todos los dibujos de la exposición son negativos. Ainoa, de catorce años, muestra el contraste de la imagen de su madre antes y después del maltrato, feliz tras haber superado con terapia y esfuerzo el estrés postraumático de años de violencia.