V. X. C., Valencia l

No se trata de un trabajo nostálgico, ni un homenaje a las alquerías agrícolas que surgieron en los amplios campos del término municipal de Dénia y de su antiguo Marquesat en siglos perdidos en el tiempo. Es mucho más. Todo un estudio exhaustivo del arquitecto dianense afincado en Madrid, José Luis Romany (Premio Nacional de Arquitectura en 1965), quien hace 36 años decidió colgarse la cámara al cuello y recorrer las principales casas de campo para captar la esencia de los edificios, su harmonía con la naturaleza, la sencillez con que servían de vivienda, lugar de trabajo y espacio vital.

La Fundación Chirivella-Soriano expone en el Palau Joan de Valeriola de Valencia hasta el próximo mes de marzo todo el conjunto de fotos y dibujos que realizó Romany en las diferentes casas que visitó con su Hasselblad, máquina con la que inmortalizó las estructuras de las casas, los muebles, los árboles, los pájaros, las puertas, los utensilios de labrar y todo el universo que rodeaba los huertos de moscatel, de naranjos o de almendros. «Era importante reencontrar la figura de José Luis Romany y descubrir ese personaje desconocido para muchos y de una gran importancia para entender la arquitectura de los últimos años» señaló la directora de la muestra, Alicia Soriano quien no escatimó en elogios hacia Romany «uno de los mejores dibujantes y arquitectos que siempre ha trabajado desde la humildad».

Josep Ivars ha sido una de las piezas clave para recuperar la obra fotográfica de Romany. El también arquitecto dianense se interesó por las imágenes y los dibujos y no dudó en impulsar la exposición. «Las fotos tienen un valor documental excepcional y llenan un vacio existente en los estudios sobre arquitectura popular» . Y la afirmación no es gratuita. Ivars explicó que de las diez casas analizadas fotográficamente por Romany sólo quedan dos enteras: Casa Ventura en Pedreguer y Casa Mateu en Jesús Pobre.

El esfuerzo por recompilar las imágenes también ha puesto de relieve las dificultades para que José Luis Romany saliera de su despacho madrileño. El día de la apertura de la exposición dejó que su colega y amigo, Eduardo Mangada, cogiera las riendas del acto. Cuando a Romany le tocó su turno manifestó: «todo lo que tengo que decir está en la segunda y la tercera planta». No engañó al personal. Un paseo por sus fotos no sólo es un viaje etnográfico, o una clase de historia de la arquitectura. Las imagenes destilan la parte más bella y bucólica del pasado agrícola de la comarca. Un reencuentro con los materiales primitivos - como las cañas - que igual servían para fabricar techos, construir «canyissos» sobre los que depositar las pasas, fijar setos entre los árboles o sujetar un pulpo para que se secara en el interior de un dormitorio. Es decir, la vida de la Marina Alta que parece olvidada entre huertos de ensueño de un pasado no muy lejano.