Verde y Azul

El oso, ante un nuevo paisaje

Los modelos climáticos predicen que varias plantas de cuyos frutos se nutre esta especie disminuirán y otras se desplazarán hacia el norte. Deberá seguirlas o comer más carne.

Las estaciones, el clima y los recursos están cambiando. También el poblamiento y los usos de la tierra. Estas dos coordenadas, ambiental y humana, condicionan la vida y el futuro del oso pardo, tótem de la fauna cantábrica y uno de los animales más emblemáticos de la española. Hace sólo unas pocas décadas, el oso era una fiera, un competidor, una amenaza. Luego (entrados los años ochenta) su imagen cambió, convertido en símbolo de un Paraíso Natural asturiano (marca turística) que vendía paisajes y vida salvaje.
Ahora el oso vuelve a estar en una encrucijada, en una crisis de identidad; no suya, sino debido a cómo es percibido por la sociedad, la urbana y la rural. Para la primera es un gancho turístico de primer orden, pues el aumento de la población de osos ha hecho posible observar ejemplares sin problemas, en los lugares y las fechas adecuados. Sin problemas en cuanto a la garantía de observación, pero no en lo que respecta al resultado de esa interacción, demasiado masificada, desordenada e invasiva por parte de los observadores. Paralelamente, los habitantes del campo sienten cada vez más cerca al oso, que destroza colmenas, mata algunas reses, come de los frutales y los cultivos (lo que siempre ha hecho, sin ocasionar grandes pérdidas) y, lo que más preocupa, merodea en torno a los pueblos, cada vez más atrevido, menos cauto y más visible. Se teme que ataque (o, desde su punto de vista, que se defienda). ‘Yogui’ ya no hace gracia, se cierne sobre él, de nuevo, la negra sombra que nunca ha abandonado al lobo; a quienes conviven con él ahora les parece que ya hay demasiados.

Y las cosas se complicarán más a corto plazo, porque el calentamiento del clima está modificando la distribución de algunos de los recursos (frutos, sobre todo) de los que depende el oso pardo ibérico, muy vegetariano. Lo previsible es que la población osera se desplace en la misma dirección: hacia el Norte, hacia las zonas más pobladas. Es decir, se acercará más a la gente y producirá más daños. Cambiarán las normas de convivencia o, mejor dicho, habrá que adaptarlas a esa nueva situación, a la evolución del mapa osero.

“Parece que puede haber cambios en los recursos tróficos más importantes para el oso y en la cobertura forestal que le sirve de refugio. ¿Qué puede pasar? Ante este tipo de cambios, las especies pueden sufrir una reducción, e incluso desaparecer, siendo reemplazadas por otras, o desplazarse a lugares nuevos”, explica Vincenzo Penteriani, miembro del Grupo de Investigación del Oso Cantábrico, dependiente de la Unidad Mixta de Investigación en Biodiversidad del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universidad de Oviedo, con base en el campus de Mieres.

Todas las proyecciones climáticas indican cambios importantes en las próximas décadas en las condiciones ambientales de la cordillera Cantábrica, más o menos drásticos según los escenarios (con respecto a las emisiones de dióxido de carbono). Penteriani aventura que “el haya y el arándano podrían sufrir una fuerte reducción en sus poblaciones, mientras que otras especies, como algunos robles, se moverán hacia el Norte. Algunos recursos disminuirán, por lo que el oso tendrá que buscar alternativas. Si las especies vegetales importantes para el oso se mueven al Norte, él podría seguirlas en ese desplazamiento, lo que significaría que se acercaría a la parte más humanizada del territorio. No es lo mismo vivir en medio de Muniellos que hacerlo a las afueras de Cangas del Narcea o en sitios cercanos a la costa. Puede haber más conflictos, por falta de costumbre de convivir con el oso y por daños”, advierte.

Es una hipótesis. También es posible que, si desaparece parte de la comida vegetal del oso, éste “la reemplace con proteínas animales, es decir que se vuelva más carnívoro. Y, de ser así, si se acerca más a las las zonas más humanizadas, puede haber más conflictos con la ganadería”, plantea Penteriani, quien apostilla: “No podemos predecir la reacción del animal, cómo se va a adaptar a las nuevas condiciones”. Por otro lado, el cambio de escenario ambiental también va a afectar a sus santuarios actuales, a los parques donde se encuentran sus principales poblaciones. “Los trabajos que estamos realizando apuntan a cambios importantes en el paisaje vegetal. Algunas zonas protegidas pueden pasar a ser menos importantes para el oso dentro de cien años, habrá que ver a dónde se desplaza esa vegetación y prever los movimientos de la población. Nuestros estudios indican que la mitad del hábitat favorable al oso se va a ver afectado. Es mucho, y más en una población como esta, aislada y muy pequeña”, señala.

Densidades desiguales
No obstante, en otro giro del guión, hay que considerar, señala Penteriani, que “en el oriente de la cordillera hay un 60 por ciento de territorio a donde el oso podría expandirse, mientras que en el occidente hay muchas áreas ocupadas, pero con densidades muy bajas”, por lo que podrían admitir más animales. Más aún, el investigador advierte de que “los modelos son un indicador de lo que puede pasar, pero lo que indican puede pasar o no, o bien pasar en doscientos años en lugar de en cien”. Lo que sí tiene claro Penteriani es que, “si sabes que puede haber un desplazamiento de la población de osos, puedes empezar a tener en cuenta la aparición de problemas donde ahora no los hay”, y, así, prevenirlos.

Distribución del oso pardo cantábrico.

Este complejo juego combinatorio aún introduce otra variable: el intercambio entre las subpoblaciones occidental, la más saludable, y oriental, sometida a una precariedad crónica. “Las dos subpoblaciones no están bien comunicadas, o eso parece, según lo que suponemos ahora basándonos en estudios genéticos”, indica Penteriani, “aunque no tenemos información directa sobre los desplazamientos de los osos de una subpoblación a otra”. En todo caso, sostiene que “en las próximas décadas podemos esperar que la población del sector oriental de la cordillera aumente. No se sabe bien qué está pasando ahí. Hay un aumento considerable de la subpoblación occidental, pero la oriental no crece igual, aunque mejora. Hemos hecho varios trabajos y, a nivel de productividad, las hembras con cría de las dos subpoblaciones se comportan de forma muy parecida. Los recursos parecen similares. El paisaje está menos humanizado en el Oriente, donde la cubierta forestal también parece mayor. ¿Dónde está entonces el problema? Tiene que ser una causa humana, probablemente hay un factor antrópico que está lastrando la evolución poblacional”, concluye el científico, en coincidencia con lo indicado por otros estudiosos de los osos cantábricos, que señalan directamente al furtivismo como culpable.

Esa incógnita podría resolverse marcando osos. “Es una de las prioridades que tenemos en el Grupo de Investigación del Oso Cantábrico. La cantábrica debe ser la única población europea, si no del mundo, en la que no se han marcado osos. Sin esto, te falta una información de base sobre la especie. La información que se tiene, incluso la de cámaras-trampa y la genética obtenida por medio de heces, es limitada en el espacio y en el tiempo. En todas las poblaciones de oso se ha demostrado que hay que trabajar con radiomarcaje”. A su juicio, “se tenía que haber empezado a radiomarcar ya en los años noventa, pues eso habría dado una información muy importante sobre cómo actuar y sobre lo que estaba pasando”. De hecho se intentó, pero, en 1998, la muerte del tristemente célebre oso ‘Cuervo’, siete días después de haber sido capturado para colocarle un emisor, a causa del estrés sufrido durante el operativo, enterró esa línea de trabajo en Asturias. Penteriani aboga por olvidar ese episodio y perder el miedo. “En Italia habita una subespecie única, peculiar, con solo medio centenar de individuos, y ahí los están marcando”.

MIEDO A LA ‘FIERA’, PESE A LA AUSENCIA DE ATAQUES EN LA CORDILLERA

Más osos, más personas en el campo (en tiempo de ocio, principalmente), y más contacto entre unos y otros: el cóctel para el miedo a la ‘fiera’ (también al lobo) está servido, regado por la falta de información de la gente y abonado con el sensacionalismo con el que suelen tratarse las noticias de ataques de animales salvajes a personas (ninguno de oso ni de lobo en España). Este asunto, el historial de ataques y su tratamiento en prensa, televisión y redes sociales, ha sido objeto de análisis por parte de un grupo internacional de expertos y en todo el ámbito de distribución de la especie. La bióloga María del Mar Delgado, adscrita a la Unidad Mixta de Investigación en Biodiversidad (UMIB) de la Universidad de Oviedo, es una de las autoras. “No hay ataques de lobo a personas en ningún lugar; algunos en Rusia, pero son de ejemplares rabiosos”. Sí los hay de oso en otras zonas de su distribución, pero no en la cordillera Cantábrica. Sin embargo, existe miedo hacia ambos depredadores, cada vez más visibles, más cercanos, más atrevidos.

“Se crea un sesgo irreal, una fobia sin fundamento, amplificada por los medios”, explica Delgado, quien atribuye ese temor a la falta de hábito, pues cunde, sobre todo, en zonas recolonizadas por el oso o allí donde ha crecido la presencia humana. “Desde el momento en que existe un solapamiento espacial, hay que informar a la gente de cómo comportarse en las zonas oseras y de cómo actuar en caso de que se sufra un ataque”, afirma la bióloga. “Existe un paralelismo entre el número de ataques y la frecuencia de las visitas recreativas a las zonas oseras. En espacios protegidos de Estados Unidos con alta densidad de osos ves cómo la gente se baja del coche para ir a acariciar a los oseznos”, añade.

Situando el foco sobre la cordillera Cantábrica, las fechas de mayor riesgo son julio y agosto, cuando los osos, y en particular los grupos de osas con crías, que son los más peligrosos (por la reacción defensiva de la hembra para proteger a los oseznos), se internan en el bosque, por esas fechas frecuentado por muchos senderistas. “Lo último que hay que hacer es correr”, dice, consciente de lo que impresiona un animal de la talla y la fuerza del oso pardo, y conocedora de lo que cuesta mantener el tipo en esa situación. “Ellos no quieren atacar, van a evitar el encuentro. Para prevenirlo, se debe ir por el monte haciendo un poco de ruido: rompiendo alguna rama seca, tosiendo, hablando bajo si se va en grupo…”. Si, pese a todo, el encuentro se produce, “hay que alejarse poco a poco, mirándolos pero sin mantener la mirada, evitando los movimientos bruscos, no sacar el móvil ni la cámara para hacer fotos, pues parece que su sonido les fastidia mucho”, señala. Y si el encuentro se produce con un osezno, hay que tener presente que la madre estará cerca.

Luís Mario Arce

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