Faltaban unos días para las fallas de 1994. Valencia ya olía a pólvora cuando llegamos a aquel piso en el número 11 de la calle Jorge Juan. Nefinsa, el holding de Emilio Serratosa y sus hijos, había solicitado a Andersen Consulting una propuesta de colaboración para el lanzamiento de su nuevo proyecto: una aerolínea regional. ¡Aquello sonaba muy atrevido! Tras su desinversión en Valenciana de Cementos, y con el apoyo de un joven director de inversiones, Carlos Bertomeu, se disponían a iniciar nuevos negocios en sectores emergentes, lo que hoy llamaríamos start-ups.

La inversión privada en transporte aéreo era algo muy poco frecuente en España y en Europa en aquellos años. Un sector dominado por las grandes compañías de bandera, con rentabilidades históricas muy bajas y sujeto a los bandazos del precio del petróleo. Pero todo eso no fue obstáculo para que aquel equipo, formado por media docena de jóvenes que no llegaba a los treinta años, estudiara el desarrollo de la aviación regional en Estados Unidos y en Europa y viera el hueco de mercado que había en España. Todos los grandes hubs como Atlanta, Chicago, París o Frankfurt, contaban con una red de aviones regionales que aportaban tráfico de conexión desde ciudades secundarias. Todos menos Madrid. Además la implantación de esos «pequeños aviones de hélice» era muy baja en España.

Después de unos meses de estudio y análisis llegó el momento de ponerse manos a la obra: 1994 sería al año del despegue. Y empezaron los retos. Un nuevo AOC (certificado de operador aéreo) que llegó apenas unos días antes del primer vuelo. Una marca, Air Nostrum, que había que introducir en los complejos sistemas de distribución de la industria. Los contratos de leasing de los tres primeros Fokker 50, aquellos fabulosos aviones turbohélice, con una tecnología más avanzada que los tradicionales reactores, pero que nuestros clientes confundían con «viejos cacharros de la segunda guerra mundial». ¡Y el equipo! Había que reclutar y formar a ese gran equipo que despegó con el primer vuelo entre Valencia y Bilbao un histórico 15 de diciembre. Más tarde llegaría el acuerdo de franquicia con Iberia, la compra de nuevos aviones, los reconocimientos internacionales y también los momentos difíciles, donde después de años de éxito hubo que volver a empezar y reinventarse.

Han pasado 25 años. ¡Volando! Un cuarto de siglo en el que Air Nostrum, esa compañía valenciana liderada por un incansable Carlos Bertomeu, ha escrito páginas muy importantes de la historia de la aviación. No podría enumerar los hitos alcanzados por Air Nostrum en estos 25 años en unas pocas líneas, pero sí dos factores que han sido claves en su éxito, dos aspectos en los que Carlos, como líder del proyecto, supo proyectar su personalidad.

El equipo. Un equipo humano donde la pasión, la cercanía, la ilusión y el empuje siempre estuvieron presentes y tuvieron su máxima expresión en las tripulaciones. Porque las aerolíneas no fabricamos productos al uso, las aerolíneas somos facilitadores de sueños, los sueños de nuestros pasajeros. Y quienes mejor supieron entender ese papel, hacer inolvidable cada vuelo de Air Nostrum, fueron esas chicas y chicos, esas jóvenes tripulaciones de cabina que reinventaron la atención y el servicio en vuelo. Y la diversión. Porque nos tomábamos tan en serio nuestro trabajo que no podíamos permitirnos no pasarlo bien. Otras compañías podrán presumir de otros atributos, pero ninguna ha sido tan divertida como Air Nostrum. «Pegar-li foc a un masclet» en el despacho del consejero delegado está al alcance de muy pocas culturas empresariales. Y Carlos siempre ha sabido cuidar ese aspecto como nadie.

Muchas felicidades a Air Nostrum por estos 25 años. Felicidades a Carlos y a todos y cada uno de los profesionales que lo han hecho posible. No tengo la menor duda de que los próximos 25 seguirán estando llenos de éxitos, reinventando lo que haga falta, y desde luego igual de divertidos.