Ayer disfruté la media maratón junto a 13.500 corredores y corredoras. Era mi cuarta experiencia en esta carrera y la verdad es que me atrevería a decir que es la prueba de fondo más bonita que hago cada año. El ambiente es espectacular y, por primera vez, en salida y en meta pudimos escuchar la voz de un buen amigo, Joxe Fernández. Joxe speaker, como se le conoce en el mundillo, compartió micrófono con toda una institución del atletismo popular valenciano, Recaredo Agulló, y se notó su presencia en meta dando ánimos a los finishers en los últimos metros de la carrera. Está feo que yo lo escriba, pero como Joxe no he escuchado a ningún otro speaker en España. Y he estado en varias pruebas como Behobia, Ultrapirineu o Zegama Aizkorri.

Amaneció un día húmedo en Valencia tras las lluvias de los últimos días, pero pronto el sol se impuso entre la neblina y todo apuntaba a que sería una mañana de calor y sudor por las calles de Valencia, como así fue. Todo se llevó mejor con los generosos avituallamientos de líquido que prepara la organización cada cinco kilómetros, y con la novedad de un punto de recogida de geles para reponer fuerzas en el kilómetro 14.

Todo transcurría dentro del plan previsto, iba junto a mi amigo Viken, con el que estoy preparando el Maratón de Valencia. Habíamos dejado unos metros atrás al otro compañero de la tripleta, a Chencho, que corre a un ritmo ligeramente inferior por unas inoportunas molestias. No tocaba apretar, simplemente tomárselo como un entrenamiento más enfocado a la gran cita del 20 de noviembre. Sin embargo, el ambiente que se respiraba en las calles de la ciudad, la constante animación a cargo de gente anónima, de clubes de atletismo, de comisiones de falla y de grupos de música, nos llevó a correr a un ritmo más fuerte del previsto.

Y llegó la meta. Allí estaba Joxe y su micro alentando a corredores y amenizando la espera a los amigos y familiares que se agolpan en torno a la meta. No se había batido el esperado récord del mundo, pero al menos en mujeres Peres Jepchirchir batió el récord de la prueba con su 1:07:31.

Sin embargo, un error en la hasta ese momento impecable organización echó al traste la felicidad que se palpaba en la atmósfera. Los corredores populares que llegábamos a ritmos de paseo nos encontramos con una aglomeración pocos metros después de cruzar la meta que se prolongó durante varios minutos. Hacía calor, la gente se impacientó y los abucheos afloraron. Me supo muy mal por todas las personas que trabajan durante el año para que esta prueba y su hermana mayor, el maratón, sean casi perfectas, como así lo acredita la recién estrenada etiqueta oro -gold label- de la Iaaf. La reacción de la organización, que repartió rápidamente packs de botellines de agua y abrió vallas para agilizar la circulación, evitó un desastre mayor. Este error, que no debe empañar todo el trabajo realizado, servirá para que el día 20 de noviembre el maratón Trinidad Alfonso de Valencia roce la perfección. Simplemente hay que alargar el área post-meta y evitar los embudos en el reparto de bolsas y medallas de finisher. Para aprender, perder. El año que viene, repetiremos.