L a repentina noticia de la partida del cardenal García-Gasco a la Casa del Padre nos ha conmovido profundamente a todos, pero de una manera muy singular a quienes tuvimos el privilegio de colaborar con él y recibir el inmerecido regalo de su confianza, de su enseñanza, de su cercanía y de su afecto. Creo que muchos experimentamos ahora un doble sentimiento: por un lado, dolor por la pérdida, por el desgarro de la separación, porque se nos hace más patente el don incomparable que ha sido su persona y echamos de menos no poder contar con su compañía como hasta ahora; por otro, un consuelo ciertamente espiritual por las condiciones en las que se ha producido su fallecimiento: en Roma, a donde había acudido a celebrar con el Santo Padre la beatificación de Juan Pablo II, en el Domingo de la Divina Misericordia, primer día del mes de mayo dedicado a la Santísima Virgen, en la fecha en la que ordinariamente se celebra a san José Obrero, patrono del mundo del trabajo.

Todo ello nos invita a dar gracias a Dios, infinitas, por el Padre y Pastor que ha sido don Agustín, de manera especial para todos los valencianos. Uno de los posibles titulares que se podrían escoger para resumir su vida y su enseñanza sería sin duda este: «trabajar incansablemente para hacer una sociedad más humana y más de Dios». Esto se traducía en un incansable magisterio y en una dedicación sin límites, siempre en comunión con las enseñazas del Concilio Vaticano II y con las aplicaciones del mismo llevadas a cabo por los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Don Agustín era firme a la hora de enjuiciar las ideas que circulan por nuestra sociedad y de poner en evidencia sus aciertos y sus errores, así como extraordinariamente cálido, cercano y comprensivo con las personas, con sus logros y con sus debilidades. Anunciaba a todos que una sociedad sólo podía cumplir con su verdadera misión si acoge a Dios y la Buena Noticia del Evangelio como fermento que nutre la adecuada comprensión de los derechos humanos y la verdadera promoción del desarrollo de los pueblos. Por eso pedía a la Iglesia, a los presbíteros y a los laicos varones y mujeres, que se movilizasen para el servicio de los demás, que miraran continuamente a las exigencias del bien común, que cuidaran de la vida humana más frágil e indefensa, que erradicasen todo lo que llevase a la violencia y al desprecio de la dignidad de los hijos de Dios, que ejercieran sus libertades políticas y económicas con sentido de la verdad y de la solidaridad con los más necesitados.

Este modo de ver la Evangelización continuamente le llevaba a promover iniciativas animando a ser creativos, ilusionando a sus sacerdotes y a sus fieles en el deseo de hacer cosas por los demás. Nadie que conversara con don Agustín sobre lo que la Iglesia podía hacer para hacer más presente a Jesucristo en la vida de los hombres y de las mujeres dejaba de sentir la creatividad que procede de la verdadera alegría, impronta del Espíritu de Cristo resucitado.

Nos ha dejado un legado inabarcable. Que Valencia acogiera al Santo Padre en el V Encuentro Mundial de las Familias fue un regalo tan singular que todavía no hemos acabado de paladear como se merece. Que la celebración de la Virgen de los Desamparados adquiriese las formas que hoy dan una belleza propia a la Misa de Infantes y los demás actos; que Cáritas y el Proyecto Hombre avanzaran en el servicio a los más desfavorecidos; que AVAN y Paraula dieran justa cuenta de la vida de la Iglesia con toda actualidad; que la Iglesia en Valencia pudiera contar con la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir, llamada a asumir y a potenciar la riqueza de la educación superior de la Archidiócesis para bien de los estudiantes y de sus familias, para el compromiso con la investigación, la cultura y la innovación al servicio de la dignidad humana …

Son una muestra representativa del celo pastoral de don Agustín, cuyas determinaciones siempre iban precedidas del coloquio amoroso con el Señor y su Madre, pues sin consultarles a Ellos larga y concienzudamente no tomaba ninguna decisión.

Ese coloquio se hizo más permanente en los últimos dos años, cuando acogió de todo corazón como un regalo del Papa a su sucesor, don Carlos Osoro Sierra, y procuró ocupar el lugar que la Iglesia le pedía, con una vida «más contemplativa y menos activa» como él mismo decía.

Con afecto paternal y fraterno, don Agustín nos invitaba a quienes habíamos colaborado estrechamente con él a querer y servir verdaderamente al Arzobispo don Carlos, porque haciéndolo estábamos sirviendo al Sucesor de los Apóstoles entre nosotros y para nosotros. Querido don Agustín, gracias infinitas de corazón. Ahora que está más cerca de Dios, no deje de ayudarnos. Avive la fe de los valencianos para que cada día estemos más unidos al Señor y a nuestra Madre de los Desamparados para trabajar por una sociedad más humana y más de Dios.