«Boris Godunov»

palau de les arts (valencia)

Solistas, Cor de la Generalitat Valenciana, Escolania de la Mare de Déu del Desemparats, Pequeños Cantores de Valencia y Orquestra de la Comunitat Valenciana. Director de escena: Andréi Konchalovski. Director musical: Omer Meir Wellber. Mussorgski. 5 de noviembre.

La primera temporada de Omer Meir Wellber al frente de Les Arts ha arrancado con un Boris Godunov en su versión inicial de 1869, en siete escenas. Entre las dos últimas se intercala la del bosque, real y argumentalmente posterior; de la quinta se suprime la fábula del aya.

El montaje cuenta con más medios que ideas: la sensación global es de infrautilización de aquéllos. Durante la primera mitad de la función sólo se aprovecha la inmensidad del espacio escénico; luego empiezan a abrirse trampillas, sin que se sepa muy bien para qué ni por qué no antes. Los decorados, casi nulos a fuer de estilizados, contrastan con el detallista realismo del vestuario, que parece de otro origen. Las luces sirven para eso: iluminar. Las escenas se suceden, unas con, otras sin solución de continuidad: el público no sabe cuándo aplaudir. Tras la cuarta, un descanso de veras rompedor.

El tema es, o podría haber sido, el enfrentamiento dialéctico entre el pueblo y el zar, con los remordimientos de éste como contrapunto. Como el nexo falla, lo que aquí queda es una moraleja más o menos trivial sobre el poder y su abuso; más: el que la hace la paga; menos: no hay acto inicuo, por loable que sea el propósito, que no atraiga, tarde o temprano, su castigo. Hacemos votos por que así sea.

El día del estreno, la legibilidad incluso de este mensaje la lastró el descontrol de los volúmenes en el foso: primero se tapó a Boris en su coronación, luego a un muy apreciable Pimen (Alexander Morozov) en los clímax de su relato... Con Shuiski, por un lado afónico y por otro servil en lugar de maquiavélico, no hubo piedad. Orlin Anastassov es un Boris joven y canta bien, pero ni en su voz ni en sus actos se traslució mucho la somatización de su degradación moral y psicológica. Su antagonista, Grigori (Nicolai Schukoff), también le ganó esa partida: resulta más completo.

Los papeles «de carácter» estuvieron muy aceptablemente servidos. El que mejor, el Varlaam de Vladimir Matorin, por fin el bajo cuyo chorro todo lo invade. El loco no se sabe por qué, además, está ciego, pero pase la licencia. A la Ksenia de Ilona Mataradze, de tan histérica, se le olvidó regular. La elección de un niño contralto para Fiodor conlleva las ventajas y desventajas que fácilmente se imaginan.

Los grupos corales estuvieron magníficos: consistentes, profundos, flexibles. En cuanto a la orquesta y la dirección, correctas cuando mejor, planas donde se requiere relieve e intrusivas si lo indicado es la moderación. Habrá que acostumbrarse, pero es que la sombra de Maazel es muy, muy alargada.