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La feria de los excesos

La plaza es fiel reflejo de las distintas identidades que adoptan los pamploneses en la fiesta

La feria de los excesos

San Fermín es escaparate de excesos. La Feria del Toro participa del ambiente festivo que inunda Pamplona durante ocho intensos días. La plaza es fiel reflejo de las distintas identidades que adoptan los pamploneses en su fiesta mayor. La desmesura es el denominador común en las localidades de sol, con las peñas como estandarte de la juerga llevada al extremo. La sombra es el contrapunto de una ciudad que se divierte pero sin perder el norte, que no necesita ahogar las penas cotidianas en el desenfreno de una carrera alocada. Los toreros deben entender estas dos mitades para conquistar plenamente el corazón sanferminero de los navarros. Es una cuestión de filosofía de vida, en la que tantas veces importa más la forma que el fondo en ambas partes de la plaza.

Ante tal panorama, los diestros se debaten entre ser fieles a su concepto o dejarse arrastrar por la corriente que, como una sacudida eléctrica, recorre los tendidos de este a oeste y donde nunca parece ponerse el sol. Armonizar la aparente dicotomía -el ruedo es a veces una gigantesca bola de fuego que lo calcina todo- es harto complicado y pocos coletudos han conseguido el deseado equilibrio a lo largo de la historia. En el lado de los guardianes de sus esencias toreras, cada cual en su modo y condición, cuatro espadas han destacado este año: Roca Rey, Perera, Ferrera y Rafaelillo. Se torea como se es, esté uno en Pamplona, Guadalajara, Valencia o Madrid.

El joven peruano continúa su escalada en solitario hacia la cima del toreo y ha pagado de nuevo con sangre tan tremenda osadía. Pamplona había sido la temporada pasada el quicio sobre el que giró el primer intento serio en varios años de destronar a figuras de la talla de Talavante, Juli o Manzanares. Y a fe que Roca Rey puso todo la raza en la empresa. Dos tardes de máximo compromiso saldadas con sendos triunfos que le valieron venir este año como gallo principal del corral navarro, otras dos tardes. El diestro limeño, que reaparecía de una cornada en Badajoz, salió a revienta calderas en el tercero de la tarde. Ni un gesto cara a la galería desde que se abriera de capa: Tafalleras, caleserinas, una revolera y el desplante torero con la mirada desafiante puesta en los tendidos de sombra. Ni un guiño al sol, empeñado como está en demostrar que es capaz de aligerarle al aficionado la carga de una feria que se caracteriza más por los gestos que por las gestas. Roca Rey, no; granito imperial, como ha dejado dicho el maestro Esplá en otro de sus geniales juegos de palabras.

El infortunio persigue este año al limeño. Tras firmar una faena espeluznante al primero de su lote, volvió con el que cerraba plaza a asustar a los parroquianos con su impasible valor en una lucha cuerpo a cuerpo con el jabonero de Jandilla. Fue al entrar a matar cuando se quebró la espada -es la segunda que se le rompe en lo que va de año- y, tras perder pie, el toro lo buscó en el suelo y le corneó en el muslo izquierdo. Mientras las cuadrillas lo llevaban en volandas hacía la enfermería, una última imagen que resume su paso por la feria: la cara vuelta hacia el animal, la mirada desafiante puesta el oponente que se tambaleaba después de la ardua batalla y que daba en el albero con sus huesos para no levantarse ya más. La lucha continúa.

Perera firmó la faena más rotunda de la feria. El torero pacense ofreció su mejor versión, la que le llevó a conquistar el corazón de los buenos aficionados y remonta el vuelo. Ferrera apuntó el toreo caro del que es capaz si le dieran más sitio. Rafaelillo volvió a ser el torero épico y paseo una oreja de cada uno de los miuras que le cupieron en suerte.

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