La doctrina católica exige cinco acciones para que el sacramento de la penitencia surta efecto: examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. José Luis Álvarez Santacristina, alias Txelis, lo sabe perfectamente: no en vano estudió en el seminario y luego cursó Teología. Religioso desde muy pequeño, la meditación sobre asuntos de fe y trascendencia fue su refugio intelectual tras ser encarcelado en 1992. Pero antes de ello, como miembro de la dirección de ETA, había ordenado matar. Ahora, al cabo de tanto tiempo, ha comentado su deseo de pedir perdón, en persona, a los familiares de una de sus víctimas: María Dolores González Cataraín, Yoyes, una antigua compañera. Los familiares han respondido que se deje de gestos personales, y que si el crimen fue público, el arrepentimiento también debe serlo.

Con el seminario y la teología a sus espaldas, el etarra Txelis se exilió en Francia y se doctoró en Filosofía por la Sorbona de París. ¿Cómo pudo este hombre ordenar, en 1986, el asesinato de Yoyes? En aquella época solía redactar los comunicados de la banda, y en el que justificó el crimen acusaba a la víctima de "abrir fisuras en los sectores más vulnerables del movimiento de liberación nacional vasco". ¿Qué había hecho? Pues nada más y nada menos que discrepar de la deriva de la banda cuando llegó la democracia, salirse del grupo, acogerse a la ley de amnistía de 1977 y regresar del exilio. Y ser presentada por otros -por el gobierno, por los medios- como ejemplo de actitud a seguir. Más que a la persona, los ejecutores estaban matando al símbolo, pero quien acabó sin vida en el suelo, baleada ante su hija de tres años, fue una persona real: madre, hija, hermana, amiga, vecina.

Pakito, Txelis y Fittipaldi, que formaron la cúpula etarra a partir de abril de 1986, aplicaban una lógica de guerra, y en la guerra no hay personas, sino objetivos. En el frente se fusila por "cobardes" a quienes dudan ante la ciega orden de matar y morir, y en la retaguardia a quienes "abren fisuras" en la "moral de combate" con sus verdades incómodas. La la cúpula etarra condenando a Yoyes no es muy diferente a los inhumanos generales de Senderos de gloria exigiendo fusilar a soldados propios por una ofensiva fallida.

Txelis, un pensador, que se había doctorado con una tesis sobre el filósofo del lenguaje Ludwig Wittgenstein, teorizó la utilidad del asesinato de Yoyes con el lenguaje de un perfecto y despiadado comisario político, más sensible a sus mapas mentales del mundo que al sufrimiento humano.

Txelis cayó del caballo en la cárcel. Hizo examen de conciencia y no le gustó el resultado. Le dolieron sus pecados, se propuso enmienda: ha condenado la violencia, ha pedido formalmente a ETA que lo deje y ha puesto su arrepentimiento por escrito ante los jueces. Cumple la penitencia impuesta por la justicia por aquellos delitos de los que fue encontrado culpable. Pero para que la confesión funcione hay que decir todos los pecados mortales, uno a uno, sin esconder ninguno. Además de Yoyes hay otros cadáveres en los cementerios, víctimas de los años en que Txelis mandaba en ETA.

Los familiares de María Dolores González Cataraín preferirían, antes que un encuentro privado, una arrepentimiento público. Es una demanda llena de lógica, ya que ETA ha ofendido a la sociedad entera con cada asesinato. "Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse", dijo Jesús (Lc 15, 3-7), y el seminarista José Luis Álvarez Santacristina lo sabe perfectamente, pero también sabe que el camino del perdón pasa por la reparación del mal causado: si acalló con las armas una voz que "abría fisuras", ahora debe ser él quien procure quebrar con su voz lo que queda de ETA, proclamando a los cuatro vientos el error en que persiste.