Vaya por delante el respeto que siempre me han merecido y merecerán aquellos que trabajan por un ideal, o una locura, llamada fallas. Y que no lo hacen por un beneficio personal. Que es como se mueve gran cantidad de protagonistas de la fiesta. Y, de retruque, vaya por delante la simpatía que pueda merecer una persona que lleva unos años de calvario personal que, seguro, no recomendará ni a su peor enemigo. Pero las sensaciones son que lo que hay y lo que se castiga es real como la vida misma, sólo cabe respetar la decisión, aplicar la máxima de que "las leyes están para cumplirlas" y, en el plano personal, aquellos que se consideren sus amigos (no los que se borraron rápidamente) desear que el recurso rebaje la sanción.

Pero, a partir de ahí, la sentencia es mucho más importante que las desventuras de un particular. Es un aviso para todos aquellos que hayan caído, caigan o caerán en la tentación.

Desde que se aprobó la concesión del 25 por ciento, el cuerpo pedía inflados de facturas. En un mundo, el fallero, donde presentar contratos a la baja era (y sigue siendo) la moda, picar a lo alto, en connivencia con artistas o empresas de iluminación para ganar más dinero estaba y sigue estando al alcance de la mano.

¿De verdad que, en todos estos años, las comisiones han pagado la totalidad del dinero que han declarado?. Que hagan lo que quieran, pero la sentencia asusta a cualquiera. La justicia no entiende los arreglos de andar por casa con que las fallas arreglan sus pleitos. Sea con falla, con luces, con seguros de responsabilidad o con cualquiera de los ámbitos de la fiesta en los que hay documentos por medio.

Y también es un toque de atención para una institución, el ayuntamiento, que supongo habrá aprendido la lección en estos años, aunque haya habido relaciones calidad-precio que se prestan a la duda.