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El museo del sentimiento granota

Han transcurrido ya ocho años de los fastos del centenario, un periodo en el que afortunamente el Llevant UD ha renacido de sus cenizas y vive uno de sus periodos áureos. Para rememorar una gloria similar habría que remontarse al gran Gimnàstic campeón de finales de los años 10 y principios de los 20 o al Llevant FC de la década 27-37, que fue campeón valenciano, del Superregional y de la Copa del 37, la «de la España Libre» -nombre que reza en el trofeo-, también conocida como «de la República». El martes se celebró su 80 aniversario, con la habitual timidez por parte del club. Ya es casualidad que, tras tres décadas de sospechas y de cánticos en las gradas -«Corrupción en la Federación»-, ese mismo día fuese detenido Ángel María Villar, el principal negacionista de la oficialidad del título por parte de la RFEF.

Tras ocho años del centenario, desde los despachos de Orriols se viene incumpliendo sistemáticamente la promesa de dotar al Llevant UD del museo que su historia y su hinchada merecen, como decanos del fútbol valenciano, como uno de los clubs con más proyección de la Liga y como una parte insoslayable de la Valencia del siglo XX y lo que llevamos del XXI. El museo -y, con él, la identidad levantina- sigue siendo la gran asignatura pendiente de Quico Catalán. La remodelación del estadio -pese a su más que discutible estética azulona- es una acertada apuesta que ha conllevado las reformas necesarias para poder disfrutar de la bombonera de Orriols con dignidad. Ahora se acomete la tercera fase€ sin rastro del museo.

La excusas esgrimidas, a cual más peregrina, vienen siendo que no se ha podido acondicionar aún un local digno como sede y que no hay partida dineraria para el personal que se haga cargo. Sin embargo, para poner en marcha un museo no es prioritaria, en una fase inicial, una instalación. Que, con un presupuesto de más de 50 millones, no se pueda destinar nada al museo habla a las claras del escaso interés.

La historia del Llevant es la de las familias que lo sostuvieron en pie durante sus cíclicas crisis económicas y la de los levantinos que, contra viento y marea, transmitieron el sentimiento de generación en generación. El museu no puede ser un relicario de fetiches y trofeos, ya que apenas queda de lo uno ni hay de lo otro, sino un paseo gráfico por la historia del club que permita comprender en toda su dimensión la pertenencia emocional al Llevant. Para ponerlo en marcha sólo hace falta interés y ganas. Tengo la sensación, sin embargo, de que pesa más la urticaria que el poder siempre tuvo hacia la historia.

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