La casa de subastas Christies es el oráculo de Delfos del arte de la postmodernidad, que es lo mismo que decir el arte que no es arte, ni falta que le hace, porque de lo que se trata es de ganar dinero. Lo mismo que sucede en la política postmoderna y, en general, en todo lo que huele a pensamiento débil salvo el pensamiento en sí mismo –la filosofía, vamos– porque, salvo que sea uno francés, filosofar no hace rico a nadie.

Pero ni siquiera acudiendo al icono por excelencia de Francia ha conseguido Christies repetir el éxito artístico del año pasado, cuando el retrato en pelota (qué tremenda ignorancia se esconde en el uso común del plural hablando de pelotas que, en el caso femenino, es obvio que sobran), la foto desnuda, digo, de la primera dama de Francia. Se la tomó el fotógrafo Michel Comte a Carla Bruni en la época en que ésta murmuraba todavía al oído de Raphael y no de Sarkozy. Quien fuera que la comprase en la subasta de 2008 pagó por la instantánea nada menos que 60.000 euros –diez millones de pesetas–, un precio que pone de manifiesto los misterios que corren por la cabeza de los millonarios. Porque esa foto circulaba por Internet desde antes incluso de que la ex modelo y cantante entrase en el Palacio del Elíseo y era posible tenerla, e incluso colgarla en la pared a un coste tirando a ridículo. Qué será lo que añadan la firma del fotógrafo y un marco de diseño como para multiplicar el negocio de tal forma es algo que se me escapa. Por más que la pose de la muy bella señora Bruni recuerde a un lienzo de Seurat, tampoco hay para tanto.

Pero el misterio continúa. Una semana atrás, otra fotografía idéntica se quedó sin vender. Al segundo intento, Christies la ha colocado por el precio de salida de la subasta, diez veces inferior al logrado hace un año. O bien la población de multimillonarios fetichistas enamorados de Carla Bruni se reduce a un solo individuo, o la crisis aprieta más de lo que cabía esperar.

Aunque también puede ser que la inercia del morbo sea cada vez más débil, igual que le sucede a nuestros pensamientos actuales. La mujer del presidente no vale igual desnuda y recién casada que desnuda y con doce meses –veintiuno, en realidad– de ejercicio en el tálamo. Parece que el cansancio llega hasta al deseo de la mujer del prójimo que, como se sabe, es tan intenso que hay que disfrazarlo de pecado. Pero lo peor de la noticia será, digo yo, lo que haya podido afectar ese suceso a la cantante de gesto hierático, cuerpo perfecto y pose inquietante, retratada primero, amada luego y ya casi en el paro. No es posible que las glorias mundanas duren tan poco. Si yo conociese al artista Comte, el que hizo el retrato de la Bruni, le animaría a repetir jugada pero ahora de forma aún más estudiada: con el señor presidente como modelo. O con la pareja entera, en plan Lennon y Yoko Ono. Cualquier cosa menos permanecer indiferentes cuando a nuestros más oscuros objetos del deseo les llega el momento terrible de la jubilación.