Un periódico de Burkina Faso —hay que leer de todo— tituló su comentario editorial sobre el rescate pagado de dos cooperantes españoles con un explícito «O sea, que se puede negociar con Al Qaeda». En el texto, se dudaba de que el reblandecimiento de los secuestradores se debiera exclusivamente a un súbito entusiasmo por los éxitos de «la Roja de Casillas». La imagen de un Estado pagando millones de euros a la organización de Bin Laden puede atemperarse con las imágenes de la liberación de las víctimas, pero en ningún caso supone un motivo de exaltación nacional. El destino del dinero es previsible, dada la actividad primordial de los terroristas, y España debe ser especialmente sensible a un terrorismo que se cobró 191 vidas el 11-M. Esa cifra supera las bajas sufridas por Israel en sus últimas guerras.

No hay gloria en las imágenes que recogen la euforia lógica de los liberados, y la intoxicación de felicidad todavía más justificada de su secuestrador. El Estado ha alcanzado su nadir. Si negociar con terroristas ya adquiere connotaciones muy peligrosas en la historia reciente de España, entregarles sumas mayúsculas y promover diplomáticamente la liberación de sus presos es un despropósito que se camufla además como un éxito sin precedentes.

El examen de las cifras barajadas obliga a cuestionarse los beneficios de la actividad solidaria. Si se hubiera suprimido la caravana —igual que se hizo con el París-Dakar, en medio de la histeria de los bienpensantes— y se hubiera dedicado la décima parte del rescate a los países teóricamente beneficiados, África hubiera salido ganando. Sin embargo, las ONG debaten la continuidad de sus aventuras.

La inversión de España en Al Qaeda propiciará la consolidación del islamismo radical en los países vecinos. El Estado no se ha disparado en un pie, sino en las cuatro extremidades. Por ejemplo, los miembros de Al Qaeda en el Magreb Islámico —heredera de los grupos salafistas que inspiraron la matanza de Atocha— se definen como «los hijos de Tarik», en recuerdo evidente de la invasión de la península Ibérica que figura entre sus objetivos. El sueño de sus militantes es guerrear en Irak y Afganistán, uno de sus destinos favoritos para el martirio.

Como mínimo, habrá que detallar los términos de la negociación con los terroristas al millar de soldados españoles que sirven en el país afgano, invadido para aniquilar a Bin Laden. El mensaje que se les envía destaca por lo equívoco.