La política, en buena geología, debe ser la corteza de una realidad social convulsa y sufrir los agrietamientos que den salida a las tensiones. Aunque toda conmoción inquiete, así es la democracia. Apenas iniciados con fuerza los ajustes —anunciados solo, o en primeros compases— Rajoy tendrá en marzo dos pruebas, una en Andalucía y otra en Asturias.

La prueba de Andalucía es, desde luego, la del final de ciclo de una larga estadía socialista, pero se junta, como un anticipo, la del principio del ciclo del PP. La de Asturias es muy diferente: la ruptura del suelo del pasado mayo, con la chocante victoria de Álvarez Cascos, expresaba, como un retumbo tardío, la frustración social y el desconcierto de una vieja región industrial venida a menos. Ahora se junta aquel mismo examen al nuevo jinete nacional del PP al poco de iniciar la cabalgada. Son retos fuertes, pero no más que el temporal.