La gente habla de regresar a la peseta y de suprimir las autonomías. La gente desconfía de los políticos. La gente pisa un suelo movedizo, no sabe a qué atenerse y propina bastonazos a voleo para quebrar la piñata invisible de las explicaciones. La gente intuye que a los gobernantes les viene grande la situación, que son timoneles desorientados, y contempla desde la borda las aguas embravecidas de la economía. La gente intuye algo más, incluso: que los fallos en la economía y en la política son manifestaciones de un fallo en estratos inferiores; que los economistas y los políticos ponen parches porque no quieren aceptar o no aciertan a descubrir que la crisis, en el ámbito europeo, no es coyuntural, sino estructuralísima. No sólo es un problema de mala gestión política; no se trata de ajustar desviaciones económicas; no es asunto de ideologías, ni de ser más o menos europeos: es el desmoronamiento del sistema occidental de producción y el advenimiento del sistema oriental. Vamos a ser más pobres, a trabajar más y mejor para cobrar menos €esa medicina que tanto nos cuesta engullir€, a ser más chinos. Lo asiático viene para quedarse, y contra lo asiático nada puede hacer la economía europea, tan moderna, centrada en el ocio y en el «estado del bienestar». En China no hay «estado del bienestar»; o, mejor: al bienestar se llega en China por otro camino, mucho más duro pero sin competencia posible. Tanto si los ajustes caen sobre nuestras espaldas como si se cargan a los políticos €el ahorro que supondría que ningún concejal cobrara por asistir a plenos y a comisiones de gobierno, o que desapareciesen las diputaciones, o que se vendiesen las plazas de toros, o que se vinculara el sueldo de los cargos públicos al padrón de su localidad€, el actual sistema es insostenible. Porque ningún sistema existe solo, sino en relación con los demás; y el sistema económico europeo, sencillamente, no es viable junto al sistema económico asiático.

He aquí el quid, la falla que hace temblar nuestra superficie política y económica. Los políticos no son de fiar porque son unos granujas, pero también porque no asumen de una vez que deben centrar sus esfuerzos en una transformación radical del apoltronamiento europeo. Nadie dice que la fórmula oriental sea mejor. En absoluto. Pero, económicamente, no nos queda otra. Pregúntese a los comercios que languidecen junto a los bazares chinos.