En la sociedad valenciana habita un rico asociacionismo: voluntariado social, fiesta, deporte, bandas de música y otras manifestaciones culturales, organizaciones profesionales y laborales... Incluso en aquellos casos en los que existe un trasfondo lúdico, la adhesión voluntaria a una organización tiene en común la aplicación de un esfuerzo para la consecución de objetivos asumidos desde la libertad individual.

Sea mediante la aportación de horas de trabajo o por cualquier otro medio, los valencianos desarrollan un espacio que trasciende las obligaciones constituidas: el espacio de la responsabilidad. El hábitat que la voluntad personal construye para insertar un conjunto de preferencias y elecciones que superan o moldean el individualismo al encauzar éste hacia la esfera del tejido social, del libre abrazo de las inquietudes compartidas con otros ciudadanos.

Responsabilidad y compromiso se constituyen, de este modo, en la argamasa de lo que a menudo se denomina sociedad civil: una expresión organizada de las renuncias a la comodidad e interés individuales. Una forma de edificar convivencia ciudadana que limita el alcance y consecuencias de las tendencias egocéntricas y aislacionistas.

La presencia de esa responsabilidad que no precisa el aguijón de la ley para expresarse, así como su impresionante despliegue, no impide la detección de limitaciones remarcables. Cuando se contrasta con otras experiencias, de fácil reconocimiento en diversos lugares, uno de los déficits observables radica en la ausencia de iniciativas que atiendan determinadas circunstancias de cruel gravedad en la Comunitat Valenciana. Tal es el caso del desempleo. La magnitud del existente en nuestro territorio se ha asimilado con sorprendente docilidad, con un grado de resignación que sorprende más a los observadores ajenos que a quienes lo sentimos como próximo y directo.

En otros países, la presencia de una cuarta parte de la población en la cuneta del paro; la de la mitad de los jóvenes sumida en el desempleo o en el subempleo, se consideraría una situación de emergencia. Lo esperable sería una movilización social sin precedentes. Resulta cierto que los ciudadanos reconocemos en las encuestas la gravedad de la situación. Con todo, seguimos consintiendo una retórica trufada de tópicos. Incluso se ha creado una jerarquía comunicativa por la cual las mínimas noticias positivas sobre el empleo las exalta la ministra o el conseller de turno, mientras que las negativas recaen en cargos públicos secundarios: ante el primer problema del país, hasta dar la cara se teatraliza.

Ocurre, de otra parte, que la voz de los parados la protagonizan quienes están en activo: palabras que pueden ser acertadas, pero con el peligro de acomodarse a guiones prefijados y de decreciente impacto. Sucede que la discusión, sin perjuicio de su pertinencia, se debate entre la reivindicación de mayores políticas activas de empleo o de modestos subsidios y el eterno mantra de las reformas estructurales: eufemismo, este último, que suele instar el debilitamiento de lo que ya es un agónico marco de derechos laborales y traslada a un plano secundario otras reformas que aporten una economía más moderna y productiva que inercial y fortificadora del estatus quo.

Con todo, o precisamente porque el entramado institucional parece sumido en un impasse, la sociedad valenciana está llamada a aportar nuevas fuerzas de combate frente el paro, sus orígenes y consecuencias. La fuerza del libre compromiso puede encontrar una magnífica causa en este ámbito, no para redimir o excusar las obligaciones de los poderes públicos y de otras entidades, sino para ocupar los intersticios „y en ocasiones abundantes lagunas„ que quedan por debajo de su radar.

Basten unos pocos ejemplos para sugerir reacciones posibles desde la responsabilidad civil organizada: su presencia en la impartición de actividades formativas dirigidas a jóvenes y adultos que no han completado la escolarización obligatoria, que precisan competencias en idiomas o se encuentran aislados de la economía digital porque los recursos ordinarios no proporcionan la cobertura suficiente. O bien profesionales que se presten voluntarios como asesores de nuevas empresas. Firmas privadas y entidades del tercer sector que se ofrezcan como prestadores de una primera y auténtica experiencia laboral a los jóvenes. Profesores y profesionales que se ofrezcan pro bono como tutores a los egresados que concluyan sus estudios, orientándoles hacia oportunidades laborales y de autoempleo. Inversores en proyectos surgidos de la universidad. Entidades que proporcionen préstamos, mediante bolsas de crowdfunding, a quienes deseen crear su propia empresa o invertir en la puesta a punto de su formación.

Son propuestas mejorables y ampliables. Sin duda. Pero el reflejo más doloroso ante sugerencias como las señaladas sería el escepticismo o su calificación de ingenuidades. El más hiriente, que se despertaran alarmas acerca de su incompatibilidad con vete a saber qué rígidas y corporativistas ordenanzas. Significaría que este país mantiene esclerotizada su capacidad de crear tejido social que persiga la apertura de nuevas alamedas al compromiso con los desempleados. Lo percibido en la esfera de la conciencia „el sentimiento de frustración ante el paro„ exige un resolutivo ejercicio de coherencia: la destellante iluminación de un nuevo, amplio y sentido activismo ciudadano, tan intenso en sus propias iniciativas como en sus irrenunciables reivindicaciones de mejores políticas públicas.