Hay una campaña de politización o repolitización social, un afán de ideologizarnos o reideologizarnos, una fiebre de tertulias y debates, de análisis y comentarios, de trilladuras argumentales y rebañaduras indagatorias. Hay un delirio de los políticos y de sus rémoras para que la gente se preocupe otra vez por la política; un afán de que lo administrativo protagonice las conversaciones; un empeño acérrimo por devolver el vecindario al ágora. Cierto periodismo y cierta política se han puesto a temblar ante la indiferencia descomunal que las nuevas generaciones „y gran parte de las viejas„ dispensan al asunto público; ante la estampa sobrecogedora de la obsesión general por el ocio, la gastronomía y la vida loca, y han inundado el ámbito comunicativo de interminables coloquios, de gigantescas pescadillas dialógicas que se muerden furiosamente la cola televisiva, radiofónica o digital.

El mundo político se ve pasar de moda y nos echa encima un redoble de politiquillas y politicuelas, de politicuchas y politicazas, de politicurrias y politiconas; un inmenso berenjenal de dimes y diretes, de orgullos heridos, vergüenzas disimuladas y trifulcas amplificadas; una ensordecedora turbamulta de cacharrazos y cencerradas con el único propósito de hacerse notar. El mundillo informativo, por su parte, se ve sin audiencia, condenado a la historieta y al cotilleo, al suceso y al sensacionalismo, y nos rocía con elucubraciones asombrosas, implicaciones fingidas, adhesiones inquebrantables, traiciones manifiestas, paradojas inesperadas y piruetas indescriptibles. Unos y otros aventan a resuello puro las brasas de la ideologización social que fue, pero solamente logran enrojecer un poco el exiguo rescoldo y, atarugados por la hiperventilación, proferir desatinos.

Nos quieren politizados como la hostelería nos quiere hambrientos. Debemos consumir al menos cinco raciones diarias de ideología para mantener el negocio de los partidos y de los medios. El desinterés colectivo, sin embargo, va en aumento, y la prueba es que la política, reflejo de la sociedad, se llena de saltimbanquis y de bufones, de irresponsables y de granujas, y en los medios florecen los desaprensivos que manejan la mugre con una flema estremecedora.