Las mentes «normales» recelan „llegan a rechazarla por completo„ de la encuesta escolar; las mentes obtusas le conceden cierta veracidad, cierta utilidad informativa; pero las mentes romas, las mentes hueras, las cabezas de chorlito con auténtico pedigree se aferran a la encuesta escolar, la idolatran, la obedecen y la mitifican porque les proporciona un afeite de inteligencia, un aire de razonamiento, un algo que no es mío pero como si lo fuera. Las encuestas de los colegios, encuestas anónimas donde se alivian las inquinas paternas y discentes; donde cuece la devaluación del profesorado; donde campa la vulgaridad, el embuste y la cobardía; donde se verifica la venganza miserable de la rabieta lejana; donde se tira la piedra y se oculta la mano; las encuestas antinomia que sólo tendrían utilidad rellenadas por maestros; las encuestas fuera de lugar que ponen de manifiesto la falta de criterio y autoestima docente; las encuestas del embrollo, la irresolución y el miedo se cotizan más cuanta menos dignidad hay en los claustros. Aquellos que hacen la vista gorda frente a los problemas; o que magnifican los de unos y disimulan los de otros; o que no tienen claro qué pueda ser eso de la educación; o que recogen hasta lo que no pueden para engordar la matrícula son las víctimas perfectas de la encuesta escolar. Ella les da ocasión de injuriar al compañero irritante, al que dice las verdades y valora su honor por encima de los padres-masa rebelados, al compañero «peligroso» que ve las cosas como son y no acaba de pasar por el aro del paripé y la cadena de mentiras. La encuesta escolar hace las delicias de los tontos, entenebrece los finales de curso y alboroza los hogares palurdos. A estas encuestas que no firma nadie les dan crédito los que no lo tienen, los ignorantes que confunden la complicada tarea de construir la sociedad con el ridículo esfuerzo de tirar cascotes al propio tejado, los atontados que toman a los alumnos por clientes y la enseñanza por mercancía, los timoratos que prefieren autoflagelarse „preferiblemente sobre la giba de otro„ y hozar en la tolva del zurullo antes que contrariar progenitores que no saben con seguridad dónde tienen la mano derecha.