La mayor conferencia internacional de este año tiene lugar esta semana en Quito: Hábitat III, destinada a analizar el futuro de las ciudades en un mundo inmerso en un acelerado proceso de urbanización. Actualmente, el 80 % de la población es urbana en Europa y el hemisferio americano, 2/3 en Asia y el 50 % en África.

Este proceso genera toda una serie de retos que deben ser analizados de forma integrada especialmente lo relacionado con la prevención de desastres sean inundaciones o terremotos. Ello requiere no limitarnos para ello a los espacios urbanos, ya que sin contar con el resto del territorio será desproporcionadamente costoso o incluso imposible abordarlos.

El término infraestructura verde va adquiriendo afortunadamente un merecido reconocimiento. Evitar inundaciones, por ejemplo, requiere de un enfoque de cuenca donde las actuaciones preventivas puedan estar a cientos de kilómetros de distancia. Los ríos que nacen de la cadena montañosa del Himalaya suministran de agua y a la vez generan riesgos de inundaciones a la mitad de la Humanidad. Asegurar el suministro de aguas a las ciudades o combatir el cambio climático requiere del resto del territorio del cual en definitiva dependen.

La creciente conciencia ambiental y el fuerte impacto de las aglomeraciones hacen que la construcción sostenible deje de ser un deseo para convertirse en una necesidad. Uno de sus elementos clave es la elección de las materias primas actualmente solo marginalmente renovables. Recuperar en la construcción el uso de la madera, el corcho natural en el aislamiento y el bambú en los países tropicales constituiría una de las medidas claves hacia la construcción sostenible al tratarse de materias primas renovables y naturales con procesos productivos libres de emisiones de carbono, de ideal aislamiento y estética junto a una altísima resistencia sísmica.

También en el interior o en la periferia de las ciudades la infraestructura verde resulta clave para recuperar el patrimonio histórico-cultural, gestionar de forma más inteligente las aguas pluviales. Se puede mejorar el microclima de las ciudades no solo mediante el abuso del aire acondicionado sino mediante su paisaje interior y exterior, generando espacios para la vida social, el deporte y los juegos o refugios para la biodiversidad.

Para ello hay que superar las estructuras administrativas cartesianas que fuerzan a usos monofuncionales en los entornos urbanos como los espacios fluviales, infraestructuras, etcétera. A modo de ejemplo valga el nuevo cauce del Túria en Valencia diseñado como una infraestructura de hormigón limitada a la evacuación de riadas y excluyente de cualquier otro uso. Por el contrario, muchos ríos urbanos, como el Besós, han sido rediseñados para permitir el uso público, salvo en las contadas situaciones de riesgo de inundaciones, optando por su revegetación. Otro ejemplo de uso excluyente se encuentra a menudo en los espacios protegidos ubicados en las inmediaciones urbanas como la Devesa del Saler, donde se antepone a cualquier otra consideración, incluido el uso público, a la evolución natural de la vegetación.

El diseño de las calles debería considerar el arbolado, clave para reducir la temperatura estival tanto de las calles como de las casas en un contexto de cambio climático. Para ello es clave el uso de arbolado caducifolio de dimensión adecuada y preferentemente ubicado en la zona central de la calzada. Ello permitiría ampliar espacios para el uso peatonal frente al vehículo, sobre todo estacionado. Debe priorizarse la revegetación eficiente, siendo el abuso de vegetación en áticos, paredes y macetas verticales extremadamente costosos en términos de establecimiento y consumo de aguas frente al arbolado en suelo y enredaderas. Con frecuencia los ayuntamientos impiden el establecimiento de enredaderas en el límite de los edificios con la vía pública perdiéndose una oportunidad única de mejora ambiental y visual sin consumo de espacio.

También resulta clave diseñar parques más económicos tanto de establecimiento como de mantenimiento. No es asumible que la relación entre los costes de un parque público y una repoblación forestal pueda llegar a 1000/1. Frente al abuso reciente de parques duros, quizás con alguna palmera decorativa, son más económicos y preferidos por la población los parques arbolados. En todo caso es necesario diversificar las especies de nuestros parques y vigilar que cuando las actuaciones se hagan por compensaciones urbanísticas no se opte por las especies más baratas y de menor valor estético como el Acer negundo. También se hace necesario prever el envejecimiento natural del arbolado y sustituirlo progresivamente evitando riesgos o grandes espacios sin cobertura arbórea durante mucho tiempo.

También debe aprovecharse cualquier oportunidad para poner en valor el patrimonio preexistente como en el caso de Valencia la red de acequias. En ciudades similares (Freiburg) se incorporan plenamente dentro del tejido urbano. En otro casos se han incorporado en vez de cubierto la red de barrancos y pequeños cursos de agua revegetándolos.

La gestión del agua en países secos es clave. Desperdiciamos e incluso convertimos en un problema el agua de lluvia en vez de utilizarla inteligentemente. ¿Por qué no diseñar zonas bajas para la recepción de agua de lluvia y que temporalmente puedan convertirse en zonas húmedas, sobre todo en zonas costeras, o la utilización de zonas agrícolas y parques urbanos? Obviamente, el verde urbano debería regarse con aguas grises procedentes de lluvia o depuración para lo que se requiere de una doble red aguas en las ciudades.

También resulta clave utilizar la vegetación para esponjar y mejorar la dura frontera entre el espacio urbano del resto del territorio donde se encuentran las zonas más degradadas en nuestro país debido al círculo vicioso de la recalificación.

Se hace perentorio reconocer y compensar los importantes servicios que el territorio ofrece a las ciudades como por ejemplo hace la ciudad de Nueva York respecto a su cuenca mediante el pago por servicios ambientales. No podemos limitarnos a un enfoque meramente evocativo sobre los vitales servicios ambientales del medio natural/bosques. En definitiva, las ciudades no tienen futuro si se desligan, siguiendo un modelo hanseático, de su entorno. Pero también en su propio interior o bordes las ciudades necesitan de los espacios verdes integrados de forma inteligente que aminoren los impactos que la ciudad densa genera en la calidad de vida.