Cuando nos ponemos a pensar en derechos fundamentales, de los primeros que acuden a nuestra mente es la igualdad. En un mundo con profundos desajustes, no existe mayor anhelo que la articulación de medidas para contrarrestar esas desigualdades. Estamos frente a un principio básico e inalienable de la persona, uno de los tres valores que inspiraron la Revolución Francesa y pórtico constitucional de entrada a nuestra Carta Magna. Así, en una sociedad con unas sólidas estructuras democráticas, este principio debe invocarse en cualquiera de sus esferas, por ejemplo, denunciando la ofensiva campaña que hace pocos días recorrió en autobús diferentes calles de nuestro país.

Esta semana pasada, la celebración del décimo aniversario de la aprobación de la Ley de igualdad efectiva de mujeres y hombres, una norma con un calado e importancia incuestionable, ha vuelto a hacer que adquiera especial protagonismo este derecho fundamental. Repasando el tiempo transcurrido, sería injusto dejar de reconocer que como país no hemos avanzado nada en este terreno, pero el resultado final de estos años es relativamente pobre. Acudiendo al ámbito laboral, y según los datos extraídos de las estadísticas del Instituto de la Mujer, se sigue manteniendo una brecha salarial del 15% menos de sueldo de las mujeres con idéntico trabajo; las mujeres representan menos del 20 % en los consejos de administración de las grandes empresas; las empresas siguen incumpliendo mayoritariamente con su obligación de contar con un Plan de Igualdad; y los permisos por paternidad siguen siendo absolutamente testimoniales. En definitiva, con todos estos ejemplos, no nos puede sorprender que el 73 % de las españolas considere que en nuestro país no hay igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres a la hora de alcanzar sus objetivos personales y profesionales.

Son muchos los factores que han podido influir en este estancamiento, entre ellos la crisis económica y los recortes que han dificultado la activación de muchas medidas que recogía la norma. Pero no podemos dejar de subrayar que continúa existiendo una cultura socialmente arraigada y que se resiste a cambiar. Esta última cuestión, nos debe hacer reflexionar sobre las palabras del ex secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, cuando hablaba de que «el logro de la igualdad de género requiere la participación de mujeres y hombres, niñas y niños. Es responsabilidad de todos». Bajo ese prisma, hay que seguir reivindicando una mayor voluntad política para luchar contra determinadas estructuras y estereotipos, acompañada necesariamente de una verdadera concienciación e implicación de los hombres, que por desgracia, siempre han querido ver este tema de perfil.