Aunque el pasado fin de semana tuvimos una situación de extrema inestabilidad nos vamos deslizando irremediablemente al anodino verano mediterráneo. He optado hoy por sacar un tema vinculado a mi labor como docente. Hay que ser muy cuidadoso al tratar estos aspectos porque pronto te pueden tratar de insensible, de sectario, de elitista, pero, de verdad, algo, tal vez mucho, estamos haciendo todos mal en el sistema educativo. Hace ya algunos años que la Universidad se ha ido convirtiendo en una suerte de Enseñanza Terciaria Obligatoria (la ETO me sale). No seré yo el que diga que quiere volver a la Universidad elitista de ricos de los años en los que yo mismo no hubiese podido estudiar, pero la masificación de las aulas, acrecentada por la crisis económica, más la permisividad de las etapas primaria y secundaria, están permitiendo que lleguen a la Universidad, en especial a grados de letras, alumnos que no están mínimamente capacitados. Algunos alumnos me sitúan Río de Janeiro como sinónimo de Amazonas o ponen el Everest en los Pirineos, escriben mi nombre, Enrique, con doble r, por cierto tipo de enfermedades limitantes, que no voy a decir explícitamente para que nadie se ofenda, algunos escriben cosas incomprensibles en fondo y forma, y se nos recomienda que tengamos con ellos un trato especial, otros, esto es ya mayoritario, no son capaces de tomar apuntes en clase y lo cifran todo a que les cuelgues los temas en la intranet de la universidad. Según los preceptos de Bolonia, además, la mitad de la nota la dan las prácticas y en algunos grados de Letras, es fácil ir rascando nota de simples comentarios de texto o videos hechos en equipo.

La enseñanza universitaria no es obligatoria, debemos garantizar que todos puedan acceder a ella si tienen la capacitación mínima, pero eso no quiere decir que todos hagan e incluso acaben una carrera, y eso no es elitismo. ¿Donde está la línea que me permite justificar un trato especial a algunos alumnos, sin el personal de apoyo con el que sí cuenta por cierto en etapas anteriores, y no dárselo a alguien cuya capacidad cognitiva quede dentro de los cánones que los psicopedagogos consideran aceptables?

En este magma, hay alumnos excelentes que se ven poco diferenciados en la nota respecto a los mediocres y a los que, simplemente, no deberían haber superado el bachillerato. Pero, en un mundo competitivo, con otros grados en universidades públicas y, sobre todo, privadas, todos vamos dejando crecer el mal para no perder «clientes», perdón, alumnos. Esto empieza a pasar también en los másteres, donde el trato del alumno como cliente es aún más evidente.