No es mala ocasión recordar aquel 15 de junio de 1977, hace, pues 40 años. Como uno de los supervivientes que encabezó una de las candidaturas en València de aquellas primeras elecciones democráticas, tras los tiempos oscuros, no puedo olvidar la alegría y euforia de todos los candidatos y el ambiente realmente increíble de convivencia entre grupos muy dispares pero identificados en la ilusión, e incluso el entusiasmo, por la democracia recobrada.

En mi caso, además, con la ingenuidad un tanto utópica de encabezar un nuevo partido político en el panorama valenciano y español, el Partido Laborista. Era el secretario general de aquel partido. Me acompañaban dos amigos ya desaparecidos, Higinio Pérez Arce, concejal del Ayuntamiento de València y el Profesor Lorenzo Ferrer Figueres que fue, durante muchos años, Decano de la Facultad de Matemáticas de la Universitat de València.

El mes anterior a la elección, en mayo de 1977, publiqué el primer libro de la editorial La Hora de Mañana, creada por mí, y que 40 años después aún pervive como periódico digital (www.lahorade.es). Esa obra inaugural se titulaba Una solución de izquierda para España, del economista Vicente Pérez Sádaba. Publiqué el prólogo a este libro haciendo referencias al Manifiesto Laborista que acabábamos de elaborar. Algunos de los párrafos allí escritos me siguen pareciendo válidos y de absoluta actualidad.

Al inicio afirmaba que éste era un libro hondo y veraz, pensado desde una gran preocupación por la armonía y la libertad de nuestro pueblo, y que Pérez Sádaba dibujaba un profundo bosquejo crítico de la España actual, y de las causas de la situación convulsiva del sistema de relaciones en nuestro país.

También afirmaba que el laborismo, en España, era una opción política que lo distingue del resto de los partidos, al no tener ningún antecedente que le condicione su ajuste a la realidad actual, ninguna dogmática que limite la libertad de sus miembros ni ninguna servidumbre internacional que le fuerce a la obediencia.

El laborismo, en lo social, ha buscado el protagonismo de las personas y grupos allí donde crecen sus problemas e inquietudes porque solo enraizando las decisiones a los que sufren sus consecuencias, estas pueden ser compartidas y verdaderamente libres.

Desconfiamos de aquellos que exigen la delegación de plenos poderes como medio para salvarnos? que se transforman de liberadores a opresores con increíble facilidad.

Hay que buscar el equilibrio entre la evolución permanente, que nunca se complazca definitivamente en una etapa y la estrategia de los objetivos concretos, la estrategia de los peldaños, que debe llevarnos a un planteamiento ajustado que, si se nos permite el neologismo, llamaríamos un planteamiento reforvolucionario.

La historia contemporánea contempla la existencia de gigantescas organizaciones opresoras que han generado su sistema de autojustificación, aunque pervivan unas referencias retóricas a los objetivos liberadores que, en principio, explicaron su nacimiento.

Debemos conseguir que la política española llegue a ser un campo de entendimiento entre ideas contrapuestas, y no un azuzar de odios contra odios.

Esta esperanza no la empaña la algarabía y frenesí de estas vísperas electorales, en donde los causantes de tantos desafueros quieren sucederse a sí mismos, sustituyendo la fuerza de la razón por el bombardeo de la propaganda.

Se quiere confundir la democracia -protagonismo consciente del pueblo- por el mero mecanismo del sufragio que es un instrumento de aquella, y que resulta inadecuado si no se dan las condiciones previas de serenidad, conciencia de los problemas, exposición libre y organización de las fuerzas sociales.

Ciertamente ya se atisbaba la manipulación financiera en la articulación de las fuerzas políticas y por ello me conformaba al final de este prólogo en insistir para el laborismo, en su papel de activador de la toma de conciencia y organización de nuestro pueblo para que, en un próximo futuro sea él quien asuma, de verdad, la decisión y la palabra sobre su existencia colectiva.