Gracias a las lenguas, las personas podemos comunicarnos. Todas las lenguas tienen igual dignidad, con independencia del número de hablantes de cada una. Pero tan sólo algunas tienen acceso a la televisión. En su actividad, los productores y emisores de mensajes audiovisuales las discriminan y usan sólo aquellas que les permiten alcanzar determinados objetivos, según los principios por los que se rige en la actualidad la aspersión mediática. Eso sí, los medios públicos deben defender sus lenguas oficiales. Como no hace TVE, por cierto.

La semana pasada, un compañero periodista sugirió en las redes que la nueva àpunt no debería marginar a la población castellanohablante. Me pareció una propuesta de debate oportuna. Particularmente, aunque mi opinión personal importe poco, considero que àpunt debe ser íntegramente en valenciano, dado que creo que ya es suficientemente amplia la gama de canales en castellano y este espacio público debe tener como misión compensar esta carencia en el fomento de la lengua. Sin embargo, me parecía saludable que se hubiera mantenido ese hilo, aunque solo fuera para que se expusieran diferentes argumentos y los nuevos medios se cimentaran sobre un debate profundo. Pero no, no pudo ser. La decepción que sentí leyendo la mayoría de comentarios de réplica, con argumentaciones tan llenas de bilis como vacías de contenido, me llevó a pensar que no valía la pena. Todo el mundo tiene el derecho a pensar lo que quiera, pero tiene el deber de explicarlo bien y argumentarlo con inteligencia. Ser un maleducado no es un derecho, es una tara.

La tara que hace que estemos donde estamos. Los que hoy en día pasan por «soldats de la nació» hacen un flaco favor al País reduciendo sus límites mentales. No dudo que sea gente preparada intelectualmente y bienintencionada, pero creo que apuntando a sus objetivos en una diana, este el único efecto que provocan. Esta oscuridad sórdida, de tinieblas, en la que no se pueden intercambiar ideas, solo nos conducirá al fracaso y al desengaño.

El País Valencià debe sentirse orgulloso de la discrepancia, porque solo así elevará el nivel de su debate público. Un país donde lo que prevalece es el tic tribal de los que ´están de acuerdo con nosotros´ por encima del valor sagrado de la calidad, más que un país es eso: una tribu.