Sí, finalmente los dos se salieron con la suya. Mariano Rajoy ha conseguido que se aplique el artículo 155 de la Constitución y Carles Puigdemont que el Parlament vote la declaración unilateral de independencia. Pero, no nos engañemos. En este juego la cosa no va de tablas.

El expresident catalán podía haber evitado el calvario político de los últimos días: compareciendo ante el Senado y anunciando la convocatoria de elecciones antes de que se hiciese efectiva la aplicación del 155. El PSOE, allanó el terreno con una enmienda que posibilitaba la desactivación del mismo si las convocaba. Todo apuntaba a que lo iba a hacer. Finalmente no lo hizo. Probablemente, presionado por sus socios: «155 monedas de plata», escribía en twitter el Diputado Gabriel Rufián, pudiéndose interpretar que se refería a Puigdemont como un traidor ante la inminente convocatoria de elecciones. No hay que olvidar, que la política también se juega en las redes. Por el contrario, convocó al Parlament para que votara la DUI, tensionándose de nuevo la situación.

Es entonces, cuando Rajoy sorprende con la jugada de una convocatoria rápida de elecciones en Cataluña y evitando una aplicación más dura, todavía, del artículo 155 de la CE. Estaba legitimado.

No obstante, la habilidad de Rajoy ha durado poco: hasta que el Fiscal General del Estado anuncia las querellas por rebelión, sedición y malversación contra Pigdemont y el resto de responsables de la declaración de independencia. Más leña al fuego.

Las posiciones están tan polarizadas que el juego es de suma cero. Sin embargo, perdemos todos. Pierde la democracia. La aprobación de la Constitución de 1978 implicó el cambio de régimen político sentando las bases para la configuración del Estado autonómico. En pocos años, pasamos de ser el país más centralizado de Europa a ser uno de los más descentralizados.

A pesar de ello, nos desborda una crisis de la democracia cuyo epicentro está, precisamente, en la cuestión territorial. Entonces, ¿Cómo es posible que se origine un conflicto de esta envergadura en un Estado que goza de una descentralización política tan elevada?

En algún momento, los principales protagonistas renunciaron a la política. Una renuncia, que ha podido estar motivada por la oportunidad de desviar el debate hacia la cuestión nacional para tapar el otro gran foco de la crisis de la democracia: la corrupción política.

Y así, nos hemos metido en un bucle del que no sabemos cómo vamos a salir. Evidentemente, el Estado dispone de suficientes mecanismos jurídicos y de seguridad, para impedir que se produzca la independencia de una parte de su territorio. Precisamente, de lo que se trataba era de intentar una resolución política que evitara tener que utilizarlos. Porque aplicar el artículo 155, el código penal y las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, es el fracaso de la política. Es ahondar en la crisis de la democracia.