Leo, en estas mismas páginas de Levante-EMV, las palabras de José Ramón Urízar, presidente de la Federación de Asociaciones de Antiguos Alumnos de Jesuitas de España, con motivo del congreso celebrado recientemente en Alicante, al que tuve oportunidad de acudir con los antiguos alumnos de València, en las que manifiesta el espíritu crítico de la formación jesuita, al «educar a los hombres y mujeres para los demás», en palabras de Pedro Arrupe, con respeto al diferente y atención principal a los más necesitados. Hace ya más de cien años del nacimiento, en 1907, de Arrupe, que fue Superior general de los jesuitas. En las páginas de la época queda el recuerdo de quienes eran entonces rector del colegio jesuita San José de València, Eduardo Serón, y profesor, Ramiro Reig, al repasar las dos visitas de Arrupe a nuestra ciudad en los años 1970 y 1973, debiendo transitar en aquel momento por el estrecho margen que le concedían quienes, en su propia comunidad, le reprochaban su encuentro previo con el general Franco y quienes, desde el lado opuesto, llegaban a calificarle como comunista.

Incomprensión a la que se refirió el también jesuita José Mª Martín Patino, estrecho colaborador del que fue cardenal valenciano Enrique Tarancón, cuando señalaba que ambas personalidades, nacidas en el mismo año, no pretendieron otra cosa que profundizar en el pensamiento religioso con un mensaje de apertura, globalidad y justicia social. Así, de las propias vivencias de Pedro Arrupe, a través de su experiencia vital en el Tercer Mundo, surge el compromiso renovado de la Compañía de Jesús en favor de los más necesitados. Ello desemboca en una dinámica de «inculturación» que entronca con la tradición jesuítica de las reducciones en América Latina -que bien recoge la conocida película La misión- y recientemente, a través del Servicio Jesuita a los Refugiados (SJR), en palabras de Pedro Arrupe «nuestra opción por los pobres y los sin voz nos lleva a los refugiados», como con las ONG jesuitas Entreculturas y Alboan, y, ante la creciente necesidad que sufren los inmigrantes, a través del Servicio Jesuita a los Migrantes (SJM), cuya delegación funciona recientemente en València, en el Centro Arrupe.

Se trata del legado jesuita para afrontar el reto de garantizar que todos los hombres y mujeres tengan reconocida su dignidad. La búsqueda de la verdad a través de la educación, la apuesta decidida por formarlos para los demás y la inculturación en la realidad social de los pueblos, son notas permanentes que han inspirado a los jesuitas, desde Ignacio de Loyola, «todo amar y servir», desde su constitución.