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La búsqueda de petróleo frente a Valencia dañará la población de sepias, pulpos y calamares

Activistas medioambientales y una tribu maorí esgrimen un estudio de la Politècnica de Catalunya para frenar las prospecciones en Nueva Zelanda

En solo dos semanas, una investigación de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC) se ha convertido en la bandera que esgrimen los colectivos medioambientales de nuestras antípodas y la tribu maorí de los Whanahu a Apanui para exigir el fin de las prospecciones petrolíferas marinas en la fosa de Ruakumara, en Nueva Zelanda.

El estudio del Laboratori d'Aplicacions Bioacústiques (LAB) que dirige el profesor Michel André demuestra que los sonidos de baja frecuencia producidos durante la búsqueda de yacimientos de petróleo o gas en el mar, como los que el Gobierno ha autorizado frente a las costas de Valencia, provocan lesiones auditivas mortales en sepias, pulpos y calamares.

Ejemplares varados en Asturias

La investigación, publicada el pasado 12 de abril en la revista de la Sociedad Americana de Ecología, arrancó tras la aparición, entre 2001 y 2003, de ejemplares de calamares gigantes varados en la costa de Asturias, justo después de que se dispararan tiros con cañones de aire comprimido para exploraciones geofísicas desde barcos.

El trabajo del LAB, según André, "ha confirmado, por primera vez en el mundo, que especies que carecen de órganos auditivos, como los cefalópodos, cuando son expuestas a sonidos de baja frecuencia generados por la actividad humana en el mar sufren traumas acústicos irreversibles que destruyen las estructuras que les permiten mantener el equilibrio y orientarse, por lo que al dejar de moverse, acaban muriendo de inanición o siendo cazados".

El ruido también afecta a animales sin oído

El LAB expuso a 87 cefalópodos, de cuatro especies -calamar (Loligo vulgaris), sepia (Sepia officinalis), pulpo (Octopus vulgaris) y pota (Illex coindeti)-, a sonidos de baja frecuencia, de entre 50 y 400 hertz. Estos sonidos, similares a los de los cañones de aire comprimido de las exploraciones geofísicas, según André, en la fuente de emisión "tienen una intensidad de 240 decibelios (dB), pero, dependiendo del estado de la mar, bajo el agua pueden percibirse con intensidades altas - 150 y 170 dB- a distancias de entre dos y cinco kilómetros".

Tras esta exposición, los investigadores analizaron los estatocistos de los animales, unas estructuras con forma de globo que ayudan a los invertebrados a mantener el equilibrio y la posición en el agua. Estos órganos, que están llenos de líquido, son importantes en la percepción de sonidos de baja frecuencia en los cefalópodos, que carecen de oído. Inmediatamente después de la exposición a la baja frecuencia de sonido, descubrieron que los cefalópodos tenían dañadas las células ciliadas de los estatocistos, y con el tiempo, estas fibras nerviosas se inflamaban y aparecían agujeros (foto), con lo que este trauma acústico "severo e irreversible", según André, incapacita a los cefalópodos.

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