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"Lo mejor que han hecho los políticos en la Xerea es no intervenir nada"

Con Blanca Blanquer en la Xerea

"Lo mejor que han hecho los políticos en la Xerea es no intervenir nada"

Blanca Blanquer defiende la autenticidad que aún se respira en Ciutat Vella, una zona de Valencia que transporta al pasado pero afeada «por la absurda y horrible sede de CC OO»

Blanca Blanquer vuelve al lugar de su niñez, la Xerea, con tal ilusión que transporta al que la escucha. Camino de la calle Barón de Petrés demuestra que mantiene vívido cada recuerdo. «Este barrio es la auténtica joya de Valencia», enfatiza. «Sus calles no tienen precio, porque se ha mantenido todo casi intacto y en cierto sentido se respira el sabor de otra época», explica. Con una visión preclara de cuál ha de ser el papel de los responsables políticos, espeta: «Lo mejor que han hecho aquí es no intervenir para nada».

Aunque nació en Pizarro, con tres años se trasladó a una zona conocida como «la Botigueta», donde la pequeña María Blanca disfrutó una infancia plena. Como prueba de que no ha olvidado nada, señala un recoveco de la iglesia de San Juan del Hospital que le provocaba un miedo incontrolable siendo niña. «En ese rinconcito había entonces una verja y yo siempre trataba de descubrir qué podía haber ahí escondido», apunta. La nave central, con las capillas laterales tapiadas, se utilizaba «como patio de butacas del cine Sare», desgrana, señalando al celuloide como otra de las grandes pasiones de esta polifacética mujer, doctora en Derecho y licenciada en Ciencias Económicas, y especializada en economía regional urbana. También escritora, pero, sobre todo, conocida por su etapa al frente de la Dirección General de Urbanismo con Joan Lerma como presidente de la Generalitat Valenciana. Una denuncia suya por irregularidades del entonces conseller socialista Rafa Blasco desataría un enorme escándalo político, y la posterior destitución de éste.

Su semblante risueño se tuerce, sin embargo, a la altura del edificio que Comisiones Obreras levantó en la plaza de Nápoles y Sicilia. Un elemento que rompe con el estilo del enclave y que Blanquer no perdona. «Es un absurdo total, algo horrible y sin sentido», espeta, para pasar a argumentar que la anterior casa señorial guardaba en su interior «un patio lleno de rosales espectacular, inmenso, precioso...». «Es una barbaridad cómo se pudo permitir una cosa así en un barrio que ha mantenido la esencia allá por donde miras», insiste visiblemente molesta.

Toda una vida en el balcón

Cuando se restauró la finca donde creció, afloró la Blanca más curiosa y quiso comprobar qué había quedado del piso familiar. «Entré y me dio mucha pena», confiesa. El espacio se había fragmentado «en pequeños apartamentos» „lamenta„, mientras levanta la mirada hacia la tercera altura. «Mi vida la he pasado en ese balcón, parecía un monito», bromea. Revela, además, un pequeño secreto de adolescente. «Sacaba la mano por la reja y en la canaleta de la iglesia de San Esteban guardaba las revistas y periódicos que envolvía para que mi madre no me los pillara», relata con una sonrisa pícara. «Enfrente estaba el conservatorio, por lo que teníamos concierto todo el día», rememora. Era este un lugar «divertidísimo para los nanos», especialmente los fines de semana, con los bautizos, donde hacían acopio de caramelos y «xavos». «Cantábamos Padrí ronyós has parit un gos, madrina ronyosa has parit una gossa, padrí ronyós, si no tires confitura que es muiga la criatura...», tararea en voz alta para sorpresa de algún transeúnte. «Aquí me casé yo, mi madre y también mi abuela», comenta.

En ese regreso al pasado, reconoce que a esta zona «burguesa» tardaron más en llegar los coches y que en su juventud seguían transitando muchos coches de caballos. Especial recuerdo guarda de la calesa del barón de Bellver, gran amigo de la familia. «Desde siempre me han gustado los caballos y al del barón le bajaba azucarillos», suspira, para acto seguido confesarse un poco despistada con la llave de casa. «La de veces que me la dejaba, y eso que era tremenda, de esas antiguas. Menos mal que teníamos sereno», se ríe, mientras va enumerando los nombres de todos los comercios de antaño ya desaparecidos. Entre ellos, el bar Casa Botella. «Allí tomé la primera cerveza de mi vida con mi hermano y casi me muero», admite. La riqueza de este histórico enclave lo resume al recordar cómo los niños del barrio usaban a modo de piedras arrojadizas los restos arqueológicos hallados al excavar a unos metros de casa. «Entonces poca gente conocía el valor de vasijas y objetos antiguos y mi madre tuvo que advertirlo a las autoridades para que vinieran a preservar lo que quedaba del yacimiento», asevera.

También recuerda la sorpresa cuando la riada de 1957 la pilló en Lyon, perfeccionando el francés. Pasó del desasosiego inicial a la tranquilidad cuando pudo comunicarse con su hermano y éste le explicó que por la altitud de la Xerea respecto al río Turia las calles de la infancia habían quedado a salvo, como si de una isla se tratata. «Este barrio lo tenía todo, hasta la orografía actuó de aliada en aquel desastre», esgrime.

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