Se ríen cuando alguien recalca los caprichos de la genética. El pelo rubio las delata. Que las tres son familia es algo indudable. Tres generaciones las separan, pero llevan unidas toda la vida. Son abuela, hija y nieta. Dos Zulimas y una Chelo. Hoy es el día de las tres, porque las tres son madres. El más pequeño de la familia, Aarón, tiene el mismo color de pelo que su madre, que su abuela y que su bisabuela. Los genes son los genes.

Para las tres, ser madre supuso un antes y un después que, sin embargo, no suprimió su otro yo. Son madres, lo dicen alto y claro, pero también son hijas, abuelas, esposas, trabajadoras, amigas, amantes, empresarias... Si el día tiene 24 horas ellas necesitarían 36, pero sacan el máximo partido a cada minuto y han encontrado en su madre el apoyo necesario para conseguir sus objetivos, para ser felices y para criar a sus hijos. Las tres reconocen la importancia de la familia y destacan la confianza como la característica de su madre que han querido transmitir a su hija. Objetivo cumplido.

Zulima Valls tiene 77 años pero se ha pasado media vida siendo «Marujín», hasta que hace dos décadas decidió recuperar su nombre. «Mi abuela era asturiana y se llamaba Zulima. Yo nací en Valencia y me llamaron como mi abuela, pero el nombre era pagano y en aquella época... En fin, que me pusieron María Zulima, y de María, Maruja y de Maruja... Marujín. Pero yo he firmado toda la vida como Zulima y hace 20 años decidí que ya era hora de que me llamaran por mi nombre», explica. Su hija, Chelo Briva, conocía la historia y le prometió a su madre que, si algún día tenía una hija, se llamaría Zulima. Dicho y hecho. «Todo el mundo se piensa que mi nombre es moderno pero cuando digo que me llamo como mi abuela...», explica Zulima Rubio, de 29 años.

En la crianza, la única que respondió al patrón de su época fue Zulima Valls. Se casó con Manolo, el amor de su vida, a los 20 años y a los 21 ya tenía a Chelo Briva entre sus brazos. Le siguieron dos hijos más (Manolo y Laura) y una vida de ama de casa que ha llevado «muy a gusto». Chelo, sin embargo, ya empezó a romper moldes cuando, tras cuatro años casada con Enrique aún no había tenido hijos. «No acabábamos de ver el momento. Ahora la gente tiene hijos más tarde... pero en aquella época no. Me quedé embarazada en cuanto nos lo propusimos. Fui madre a los 26», explica.

Ahora bien, la pequeña de esta historia, Zulima Rubio, es una experta en romper moldes. En una época donde las mujeres experimentan la maternidad a partir de los 30 años ella quería ser una «madre joven». «Quería disfrutar de mi hijo y quería tenerlo cuanto antes. Porque uno es más vital y tiene más energía. Quería ser una mamá joven, como lo fue mi abuela que ahora ya está disfrutando de un bisnieto. Pero sí, me siento diferente a mi entorno y a mi generación», afirma la joven.

Y es que, por si fuera poco, Zulima Rubio es empresaria. Con menos de 30 años dirige un negocio

„ el salón de manicura y belleza, Miss Uñas, en la Canyada„ que va viento en popa. Lo suyo le cuesta. Muchas horas de trabajo, la obligación de contratar a una persona de confianza que le ayude con Aarón, la tranquilidad de saber que en los abuelos del pequeño tiene un apoyo incondicional y el convencimiento de que el sistema actual no está montado, en absoluto, para que las madres sean, también, trabajadoras. Pero Zulima no se queja. Ha visto en su madre el fiel reflejo de lo que significa ser una madre trabajadora, una mujer emprendedora y valiente.

Crianza... para adolescentes

Y es que si Zulima tiene a una chica que le ayuda con su hijo, Chelo tenía a dos para cuidar de su pequeña. Una por la mañana, y otra por la tarde. A los seis meses de estrenar la maternidad, Chelo se montó una tienda de ropa a la que se dedicó en cuerpo y alma. Autónoma, como hoy lo es su hija, tenía la tranquilidad de, si surgía una urgencia o tenía reunión con el tutor del colegio, cerrar la persiana y punto. Pero la consecuencia es directa: día que no trabajas, día que no cobras. Cuando su hija Zulima tenía 17 años se tomó dos años sabáticos. ¿Para qué? Para estar más cerca de ella. «Nos centramos mucho en la crianza de los hijos cuando son muy pequeños. Pero yo creo que la adolescencia es un momento clave, porque es muy difícil y necesitan a su madre, aunque sean independientes», explica.