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Un pequeño gigante de la educación

El padre Bruno (II)

Un pequeño gigante de la educación

El misionero escolapio fundó escuelas para pobres en Nicaragua y Costa Rica Su canonización se reactiva en el Vaticano

Años cuarenta, aluvión de vocaciones religiosas forzadas por el hambre, racionamiento, pan de maíz, caminos intransitables? estraperlos. Fueron tiempos difíciles los que vivió el Padre Bruno como maestro de postulantes en La Masía, seminario menor ubicado en el término municipal de Godelleta. Hubieron de parcelarse las propiedades de La Masía para venderlas a precio de saldo a los lugareños. Se trataba de sobrevivir. Godelleta pasó de ser un pueblo de jornaleros, muchos de ellos de los propios padres escolapios, a propietarios. De Godelleta, a rector de la Escola Pia de Gandia. La elocuencia de un sermón de viernes santo en La Colegiata cautivó a todos. Era requerido como predicador en fiestas y solemnidades. «El P. Bruno aceptaba a fin de poder conseguir algunos ingresos para una comunidad de escolapios muy necesitada en aquellos tiempos», nos comenta el P. Francesc Fuster de la Font d'Encarrós que convivió con el P. Bruno durante siete años en tierras americanas. Su sencillez, su simpatía, su apertura, su sonrisa, abrían corazones ajenos? antes que los de su propia comunidad. Años de callado sufrimiento, sin una queja pública contra nadie, contra nada. «Jamás le oí hablar ni de defectos ni de oscuridades entre los padres de su orden; para él todos eran santos», escribirá en la biografía escrita por el P. Jesús Gómez, su hermana Andrea, religiosa monja clarisa de 92 años.

El Padre Bruno llegó el 9 de septiembre de 1952 a Managua, tres años después de que el padre Ramón Barbera, de Algemesí, fundara el primer colegio en León. «La gente de Nicaragua es amable, acogedora, chispeante?Como hecha para el P. Bruno», escribirá otro de sus biógrafos: el padre José Julio Minguez, nacido en Villar del Arzobispo . El mismo que tuvo la idea de dotar a los colegios escolapios de la viceprovincia valenciana de Centroamérica del escudo con la «senyera». Así lo confirma el P. Fuster: «El P. Bruno acogió con entusiasmo la idea de oficializar la señera valenciana como escudo y bandera de las fundaciones escolapias en Centroamérica...» En este sentido recuerda una curiosa anécdota: «en un viaje de estudios a la Universidad Menéndez Pelayo de Santander con catedráticos formados en los escolapios centroamericanos, visitamos València y uno de ellos preguntaba cómo era que la bandera que veía por los edificios públicos de la ciudad, fuera la misma que la del colegio Calasanz de Managua».

Obsesión por los pobres

La llegada del P. Bruno a Nicaragua fue un revulsivo para las fundaciones. La elocuencia de sus sermones le granjeó justa fama entre la sociedad más pudiente del país. Y lo aprovechó. Buscó ayudas donde podía lograrlas para mejorar el futuro de los jóvenes indígenas .

«Cuando finalizan la primaria se dedican a vender lo que pueden. Sería ideal que pudiéramos ofrecerles carreras técnicas de grado medio?», explicaba al empresario Manuel Ignacio. Y éste ayudaba a la nueva obra con parcelas de cultivo incluidas. Así nació el Instituto Agropecuario de León. Y es que el padre Bruno, «un hombre piadoso y de espíritu de oración admirable, se crecía en las dificultades económicas. Era un ejecutivo financiero?», dirá José Julio Mínguez.

Antes, había conseguido alquilar una casa digna para la comunidad escolapia, que hasta entonces dormía en las propias clases con camas plegables. El padre Manuel Antequera, de Rafelbunyol, recuerda que llegaron al aeropuerto de Managua sin un peso en el bolsillo y en la aduana exigían una cantidad de dinero para acceder al país. «No sabíamos qué hacer. La sotana nos salvó porque pasó un señor, preguntó qué pasaba y nos pagó la cuota del acceso al país? así de pobres éramos los escolapios?», remarcará.

En 1957, se ponía en marcha un nuevo y flamante colegio en el que los escolapios tendrían habitaciones individuales para dormir. En 1961, se proyectaba la nueva fundación en San José, capital de Costa Rica, obra del padre Bruno que se las apañó para, en poco tiempo, convertir aquel centro en la referencia educativa del país. Y creó las escuelas nocturnas, y la residencia de jóvenes sin hogar para impartirles clases de artes y oficios. Y además de educador catequista en los barrios más deprimidos, estudioso de la obra de Rubén Darío, al que dedicó su tesis de licenciatura.

Con los curas rebeldes

Aunque nunca desistió de su sotana negra, el P. Bruno era un adelantado del espíritu del Vaticano II. Año 1970, el presidente Anastasio Somoza recorta las libertades con el denominado «Código Negro». Una represión dictatorial que sublevó a las calles. Un grupo de estudiantes y de sacerdotes, entre ellos tres padres escolapios, toman la catedral metropolitana de Managua que esperaba una misa en memoria del general Somoza. La policía rodea la catedral. De nada sirvieron mediaciones de obispos y jesuitas. Muchos pedían la «suspensión a divinis», es decir, la privación de sus cargos eclesiásticos a los sacerdotes encerrados. Se pide la presencia del P. Bruno a una reunión de la Conferencia Episcopal. Se presenta acompañado de varios sacerdotes jesuitas. Levanta la mano, pide la palabra y lee el Derecho Canónico: «como pueden comprobar la acción de tomar un templo no figura en ninguno de los cánones. O sea, de suspensiones, nada. Así es que cada superior de orden religiosa que hable con el interesado y acuerden lo que consideren». Se acabó el debate.

Los escolapios fueron los primeros religiosos que acogieron a los hijos naturales como alumnos y como postulantes. «La Escuela Pia está abierta a todos», afirmaba en consonancia con el padre fundador. Se enfrentó a cánones antiguos vaticanistas, siempre desde la lealtad. Él mismo llegó a dudar si su propia obra era la adecuada para la realidad social de América. «Después de 18 años de experiencia en América -escribirá- dudamos ahora, de que realmente no enfocamos desde el principio nuestro ministerio y nuestro trabajo de la educación y cristianización tal como lo pedían las circunstancias del continente al que por voluntad de Dios fuimos enviados. Antes por el contrario se ha dicho que implantamos las mismas estructuras de donde venimos». Se lamentaba de «no haber concienciado a los alumnos escolapios en los hechos sociales que atormentan hoy a la humanidad». Les pedía que fueran agentes de cambios sociales en las zonas más deprimidas. Eso en 1970.

Muerte en el terremoto

El 23 de diciembre de 1972 la tierra tembló en Managua como nunca antes. La ciudad fue prácticamente destruida. El colegio levantado por los escolapios, derruido. Entre las ruinas, el P. Bruno, que es rescatado con vida. Tiene el fémur desplazado del tronco. En principio nadie parece creer que sus heridas fueran mortales. Lo hospitalizan en León, pero el P. Bruno sólo pedía, aturdido por los calmantes, «volver a casa»: afirmaba sentirse secuestrado. El jueves 28 de diciembre empeora. A las cuatro de la tarde pide celebrar la misa. La oficia él mismo, de principio a fin, con homilía incluida, «bellísima», según el P. Caudeli que le cuida en esos momentos. Poco después empeora, balbucea palabras y muere a las 4.45 horas del día 29 de diciembre de 1972, viernes.

Proceso de canonización

«El padre Mateus Sindelki, enviado a Nicaragua por la Congregación para la Causa de los Santos de El Vaticano, ofreció una conferencia de prensa sobre el avance del proceso que llevará a los altares al padre Bruno Martínez», afirmaba la prensa nicaragüense en mayo de 2015. El enviado del Vaticano recabó testimonios sobre supuestos milagros atribuidos a aquel niño pobre de Moscardón, en Teruel, que se hizo religioso escolapio y que cruzó mares y cordilleras para, con la educación, salvar de la pobreza a los más pobres de entre los pobres.

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