Candi -el nombre ficticio que siempre ha empleado Levante-EMV con ella- fue salvajemente agredida durante cuatro horas y finalmente violada durante la madrugada del pasado 31 de enero, hasta que pudo escapar, herida y descalza, y ser auxiliada por la Policía Nacional. Las secuelas físicas aún son patentes. Las cicatrices, para siempre. El presunto autor, su jefe, de 59 años, quien la atacó en su casa, en la avenida de Pío XII, en València. El móvil: la chica, de 25 años (acaba de cumplir los 26) no cedió a su chantaje de convertirse en su novia a cambio de pagarle el sueldo que se había ganado cerrando ventas en el negocio del hoy acusado.

Candi mantuvo esa resistencia heroica que el tribunal de Pamplona le exigía a la víctima de la Manada -confesó a este diario en una entrevista en exclusiva que «su mayor miedo era desmayarme mientras la violaba, porque sabía que si lo hacía, la mataba»-, está recibiendo el mismo trato humillante que la otra joven en su paso por el juzgado.

Ha comparecido ante el juez, por primera vez desde entonces, a mediados de abril, dos meses y medio después del brutal ataque sufrido. Al parecer, alguien había enviado por error su expediente judicial a la ciudad donde vive, pero nadie la avisó. Fue su paso por Cavas, la entidad de ayuda a víctimas de agresiones sexuales, lo que propició que el caso regresase a los juzgados valencianos, donde compareció hace casi dos semanas.

«El abogado me hizo llorar»

Pese a ser la víctima y a las heridas, moraduras y desgarros que sufrió, el abogado intentaba «todo el tiempo que pareciese que era una relación consentida. Fue muy humillante. No entiendo cómo pueden hacer eso. Me preguntaba una y otra vez, pero afirmándolo, que si bebía habitualmente, que si me drogaba, que si esa noche iba borracha, que si había tenido relaciones con otros hombres mayores... ¡Pero, señor, si ya le he dicho diez veces que soy lesbiana! ¡Que no me gustan los hombres!», rememora, aún airada.

«Y luego, que por qué no me resistí. ¿Resistirme? Pero si tengo la cara y el costado aún con herida. Me puse tan nerviosa que hasta me levanté no sé cuántas veces y le enseñaba las marcas y cicatrices. Y le dije: ´¿Que no me resistí? ¿Y esto qué es? Pero si él mide 1,90 y me saca casi 30 centímetros y muchos kilos y aún así le arañé toda la cara, y cada vez que me tiraba contra el suelo o los muebles, yo me levantaba y me defendía. ¿Qué me está diciendo!´», relata.

Las veladas acusaciones e insinuaciones del abogado acabaron por poner en su contra incluso al juez, «que le tuvo que parar varias veces los pies. En varias ocasiones le decía ´pregunta denegada´, pero él insistía e insistía, como buscando que yo me equivocara o algo así. Es muy frustrante y muy vejatorio que, siendo tú la víctima, encima te pongan como mentirosa o interesada. De hecho, no pude contenerme y me eché a llorar de rabia e impotencia varias veces».

Así las cosas, siente una absoluta empatía por la joven violada grupalmente en los pasados sanfermines por los cinco condenados de La Manada -el nombre de su grupo de Whatsapp-. «Es totalmente indignante. Siento una impotencia absoluta, como cualquier mujer que haya pasado por algo así. Pero no voy a echarme para atrás, voy a seguir luchando hasta el final, porque quiero Justicia. Y no quiero más sentencias como ésa. Tenemos que luchar todas juntas», remata.