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El río Albaida arrastra millones de cañas a su paso por Manuel

El río Albaida arrastra millones de cañas a su paso por Manuel

Prevención

Expertos piden recuperar el bosque de ribera frente a las cañas para evitar riadas

La especie exótica e invasora tiene un efecto taponador que dificulta el desagüe mientras que la vegetación autóctona ralentiza la velocidad del agua

La imagen del manto de cañas sobre los cauces de los ríos durante la pasada gota fría se hubiera podido evitar. Los cañaverales crecen a gran velocidad, imperan en la gran mayoría de los ríos del mediterráneo y si se cortan crece un mayor número de ejemplares. El Arundo donax, el nombre científico de la caña común, es una especie exótica e invasora, que es especialmente abundante en los territorios costeros mediterráneos, entre los que se encuentra afectada la Comunitat Valenciana.

Su crecimiento descontrolado puede provocar profundas alteraciones en el funcionamiento de los ríos y en la vegetación natural de la zona, según la gerente de la Fundación Limne, Sales Tomás. «La recuperación del bosque de ribera es una de las opciones más eficaces» contra la invasión de la caña común.

Tradicionalmente esta extensión se ha combatido con podas, un método que los expertos han comprobado que es poco efectivo por su elevado coste y limitada efectividad temporal. Así, el manual de bases para el manejo y control de Arundo donax, realizado hace unos años por Vaersa, junto al entonces Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, sintetiza los resultados obtenidos durante los años 2009 a 2011 y muestra las alternativas que existen.

Entre las opciones para su erradicación, se encuentra el fomento de la competencia que ofrecen ciertas especies nativas, es decir, replantar con vegetación autóctona. En esta línea, Tomás aboga por este método para combatir con la especie invasora. En los trabajos realizados por Limne en municipios, como Alzira, y en cauces, como el del Sellent, se ha podido comprobar su alto grado de efectividad. Aun así, con la caña «no se puede competir», afirma Vicente Deltoro, técnico ambiental en Vaersa y coautor de dicho manual.

Deltoro aclara que «en primera instancia hay que desbrozar la zona que se vaya a tratar, después cubrir el suelo con una cobertura opaca -como el polietileno- y posteriormente, una vez muertos los rizomas, replantar las especies de bosque». Y destaca que se trata de un proceso que requiere «tiempo, una buena planificación para un periodo prolongado de esfuerzo y una inversión a largo plazo».

La plantación de la vegetación de ribera se debe mantener y conservar una vez instalada, ya que «la caña suele volver a brotar y hay que quitarla». Todo el proceso tiene una duración aproximada de dieciocho meses y un coste que ronda sobre los 25.000 euros por hectárea. Por consiguiente, Deltoro asegura que para garantizar la erradicación de los cañaverales se necesita una coordinación entre las administraciones que gestionan los cauces.

«El mantenimiento de un río limpio y repoblado con vegetación sería beneficioso para la ciudadanía, quien podría hacer un uso público de las zonas fluviales», añade la gerente de la Fundación Limne. De esta manera, en caso de producirse una avenida, la zona del municipio se mantendría libre de cañas y, por tanto, exenta de colapsos del flujo del agua. Las alternativas que suponen un menor coste, como el desbroce por sí solo o la quema de cañaverales, «únicamente eliminan de manera transitoria su parte aérea», asegura Deltoro. Por lo que, ambos métodos sólo deberían emplearse «para la reducción temporal de la biomasa acumulada en situaciones de emergencia, asumiendo que se trata de una acción que a medio y largo plazo tiende a dominar las riberas», se destaca en el estudio.

Cuando se produce una crecida del río, el agua llega con la suficiente energía para llevarse consigo las cañas y generar así gran cantidad de material muerto. Los fragmentos que arrastra taponan los «ojos de los puentes» y los tramos más estrechos, «dificultando así el desagüe del agua», explica Vicente Deltoro.

En cambio, Sales Tomás expone que la vegetación de los bosques de ribera está adaptada a las inundaciones periódicas. Además, fricciona el agua con sus tallos por ser estos «muy flexibles», lo que «ralentiza la velocidad del agua». Sin embargo, la caña al desprenderse del suelo derrumba las orillas y aumenta la erosión del terreno, dificultando el crecimiento de la vegetación propia de la zona.

Elemento transmisor del fuego

La vegetación del bosque de ribera consume una menor cantidad de agua que el Arundo donax, un factor esencial para la sequía que ahoga el campo. Asimismo, por su diversidad vegetativa favorece la biodiversidad fluvial, sirviendo como «corredor biológico» para muchas especies, ya que les ofrece restos vegetales como alimento, aclara Tomás.

Por otra parte, por la presencia de cañaverales «el río pasa de ser un elemento protector del fuego, a ser transmisor de las llamas», acentua el técnico ambiental. De modo que, con una adecuada gestión de los espacios naturales y una «voluntad política» se podrá prevenir grandes destrozos medioambientales producidos por la acumulación de cañas. Un río limpio que deje fluir el agua es fundamental para prevenir obstrucciones en las desembocaduras de los ríos y sistemas de evacuación, cuando se producen lluvias torrenciales.

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