En Alcublas, cinco de los seis miembros de la corporación municipal son mujeres, incluida la alcaldesa del PSOE, Blanca Pastor. En Tuéjar, cuatro de los seis ediles también, incluida Josefina Herrero, con la vara de mando por Entre Todos Tuéjar. La presencia femenina en ambos municipios está reflejada hasta en la corporación municipal y es una de las evidencias de que el empoderamiento de la mujer también se ha producido en el entorno rural, tanto por las mujeres que ya estaban como las que han retornado.
«El futuro, desde aquí, se ve tranquilo, mientras que la ciudad es inquietud y caos», señala Teté García Lázaro, vecina de Alcublas. Nacida en La Serranía, se mudó a València con 12 años y tras el confinamiento de marzo, ella, su marido y su hija Valentina decidieron no volver a la ciudad. «Viendo la libertad que podíamos darle aquí a Valentina, decidimos quedarnos», explica. Los servicios no prosperan en el interior. No hay guarderías, por lo que conciliar es imposible y Teté decidió dejar su trabajo y volcarse en su hija rodeada de naturaleza, ya que allí es «económicamente viable. La vida es más viable en el pueblo, peo faltan servicios para conciliar».
Las condiciones de vida en el entorno rural -a menudo más duras que en las grandes ciudades- hacía que mujeres y hombres trabajaran por igual. Para Teté, el trabajo en el interior está «masculinizado», sobre todo porque se enfoca a la agricultura o la construcción.
Sin embargo, la mujer ha participado históricamente en las labores del campo, aunque con un segundo empleo tras su jornada: el de los cuidados. Es el caso de Mari Carmen Jorge, nacida y crecida en Alcublas. Allí tuvo a sus dos hijos y de esos años disfrutó «como nunca».
Sin embargo, cuando estuvieron criados, emprendió con una tienda local donde vendía perfumes, droguería y alimentación. Allí trabajo 18 años, compaginándolo con la agricultura, a lo que se dedicaba su marido, hasta que su madre enfermó y nació su nieto y se requirió de sus cuidados en el hogar.
Mientras tanto, la labor asociativa que ha desarrollado en el pueblo serrano es inconmensurable, siendo una de las fundadoras de Hilando Vidas, la agrupación de mujeres de La Serranía que teje para reivindicar su visibilidad y para trabajar por la sororidad. «Nunca quise ir a València, solo a pasar el día o a ver a mis hijos. Quería vivir aquí, mucho más ahora que estoy jubilada y tenemos todas las comodidades. Estoy mejor que nunca», asegura Mari Carmen Jorge.
Las dos han visto cómo el padrón de su pueblo aumentaba tras el confinamiento. El teletrabajo ha facilitado la movilidad y las personas «se plantean mejorar su modo de vida huyendo de las grandes ciudades», apunta Virginia Monrabal, ingeniera de minas y vecina de Tuéjar. «Cuando vives en la ciudad no eres consciente de la cantidad de tiempo que pierdes al día en desplazamientos o del ruido constante al que estás expuesto», asegura.
Monrabal, que vivió en València y Madrid hasta volver a Tuéjar, admite que establecerse en un municipio rural es complicado porque la oferta laboral es limitada. «Si se ofreciera trabajo cualificado, muchos se plantearían volver al pueblo», asegura.
Se normaliza el «feminismo»
Ella es una de las concejalas del gobierno municipal y cree que desde allí se está impulsando la conciencia feminista en el entorno rural. «Cada vez suena más y la gente normaliza el término, pero la palabra aún chirría en algunos sectores», explica. Como ella, Beatriz Pérez cree sigue existiendo un estigma respecto al feminismo y «no todos lo interpretan igual». Pérez nunca ha querido marcharse de Tuéjar. Trabajó dos años en València, pero pronto quiso volver por la calidad de vida que se le ofrecía. Allí ha tenido diversos trabajos y cree que «si te mueves y tienes ganas, encuentras enseguida».
Beatriz compara cómo se ha vivido la pandemia en su pueblo y tiene claro que ha sido «menos dramático que en la ciudad».