Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

"No hay rusos y ucranianos. Hay fuertes que atacan a los débiles"

En el Casal d’Acollida de Rocafort conviven personas de varias nacionalidades como Altn y Bairta, dos rusas que han huido de su país por su condición sexual, y Lyudmila, la ucraniana que les hace de traductora

Lyudmila, de Ucrania, y Altn y Bairta, de Rusia (con sus hijos), en el Casal d’Acolida. Paco calabuig

La necesidad es una de las muchas cosas que están por encima de las naciones y las nacionalidades. En el Casal d’Acollida de Rocafort, que gestiona el Ayuntamiento de València, residen personas de varios países que necesitan refugio. Por ejemplo, desde el pasado octubre se alojan allí Altn y Bairta, dos mujeres que tuvieron que marcharse de Rusia con los hijos de la primera para poder vivir con normalidad su relación de pareja. Aunque cada vez hablan mejor el español, para comunicarse con los trabajadores del centro las dos mujeres recurren a Lyudmila, una ucraniana que hace tres años se marchó de su país con su marido y sus dos hijos abrumada por la tensión bélica con Rusia y con la certeza de que más pronto o más tarde iba a ocurrir lo que, finalmente, ha acabado ocurriendo.

Lyudmila está preocupada porque hace días que no sabe nada de su familia, ni de sus padres ni de los de su marido. Viven en un pueblo de la provincia de Kiev y la última vez que habló con ellos -el pasado jueves- le dijeron que se estaban escondiendo con otros familiares y amigos en el sótano de una casa. «Lo último que sé que están todos juntos, pero apagan sus teléfonos porque tienen miedo de no tener batería cuando realmente lo necesiten», explica.

Bairta y Altn vienen de Kalmukia, una de las 22 repúblicas rusas y única región budista de Europa. Ellas tampoco han hablado últimamente con sus familias pero en su caso, no es por la guerra sino por haber tenido que romper sus lazos con padres y amigos por su condición sexual. Eso, las leyes cada vez más homófobas del gobierno de Putin y el desprecio con el que suelen ser tratados los calmucos fuera de su república, les llevaron a dejar Rusia y pedir asilo en España.

«Hemos sufrido muchas cosas, ha sido muy duro, sobre todo para mis hijos. Cuando los otros niños supieron que su madre estaba con una mujer empezaron a insultarlos en el colegio», explica Altn.

«No puedo tenerles rencor»

Lyudmila apela a la condición de madre que comparte con Altn y con Bairta para desechar cualquier rivalidad o rencor por la invasión rusa a su país. «No puedo tenerles rencor. Las nacionalidades no hacen malas a las personas -reflexiona Lyudmila-. Para mí en esto que está ocurriendo no hay ucranianos y rusos, hay gente fuerte que está atacando a gente débil y madres que sufren porque sus hijos están luchando en la guerra».

La traductora ucraniana cree que la guerra podrá pararse si las madres rusas y las madres ucranianas alzan la voz. «La guerra provoca dolor para todos», insiste Lyudmila. Bairta y Altn consideran, por contra, que el conflicto acabará «cuando Putin se vaya». «Nosotros hemos tenido que irnos de allí por culpa de él. Ahora debería irse él para que todo esto acabe», señalan.

Lyudmila ha encontrado trabajo en la Obra Mercedaria València que gestiona el Casal d’Acollida. No quiere volver a Ucrania más que para ver de nuevo a sus padres. «España es mucho más tranquila», asegura, aunque a continuación cuenta que hace dos días a una amiga suya, que reside también en València, una persona le escupió porque estaba hablando ruso. «Y eso que mi amiga es de Ucrania», lamenta sorprendida.

Altn y Bairta -la primera es peluquera y la segunda, enfermera- todavía no han encontrado una ocupación. La buscan cada día y, además, ya hacen planes para casarse. Están tranquilas porque al menos los niños acuden cada día al colegio. Tampoco ellas tienen intención de volver a su país. «Hemos padecido demasiado cuando hemos estado allí, sobre todo los niños. Aquí al menos tenemos libertad».

A València han llegado en las últimas semanas unas 90 personas de origen ucraniano, que se encuentra en casas y centros de acogida, como la que el ayuntamiento de la capital tiene en Rocafort, aunque esperan la llegada de muchas más tras la guerra.

Así lo aseguró ayer la concejala de Cooperación al Desarrollo y Migración, Maite Ibáñez, quien señaló que además de la acogida, están ayudando a estas personas, muchas de la cuales han quedado atrapadas aquí con el estallido de la guerra, a hacer diferentes trámites o localizar a familiares.

Este es el caso de un grupo de jóvenes de 18 años de Kiev que estaban en València de vacaciones cuando estalló la guerra y a los que sus padres han pedido que no regresen al país, pues en el caso de los chicos tendrían que coger las armas, según explica Anastasia Tomaseuska.

Llamaron al consulado, que les puso en contacto con una asociación ucraniana y ahora están en esta casa de acogida, mostrándose muy agradecidos de lo bien que les está tratando la gente en España.

Es el caso también de Olena y Volodymyr, un matrimonio que llevaba cuatro días en València cuando estalló la guerra y que ahora está atrapado sin poder regresar a su país y preocupados por sus padres y sus dos hijas, que se encuentran en Ucrania.

Otro matrimonio llegó hace tres meses con su bebé huyendo ya de la situación, aunque no esperaban que Rusia acabara atacando Ucrania, y ahora están muy preocupados por una hija que tienen en el país, quien decidió quedarse porque estaba en su último año de universidad y no quería perderlo.

Compartir el artículo

stats