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Pregón con luz sociológica

No lo tenía nada fácil en su traslado al Mig Any Fester el pregón del Mercat Medieval, reubicado en un escenario antaño habitual, y vivido por los jubilados de Ontinyent, la plaça de Baix y la de d'Alt (Plaça Major), el almogávar y empresario ontinyentí Sergio Pomar Montahud. Sobre todo, después de haber dejado el agosto pasado el listón de los pregones del Mercat Medieval bien alto el moro marino y catedrático Josep Pla Barber, quién anda enzarzado en una esperada novedad editorial de una historia sobre Caixa Ontinyent.

Sin embargo, ¡Sorpresa!, Pomar ofreció desde el balcón trasero de la Societat de Festers un pregón ameno, formal, divulgativo, evocador, entrañable, sencillo, sin bordados metafóricos en su oratoria, y tan próximo como profundo, tan lúcido como vibrante y todo sin recurrir a los artilugios eléctricos que con tanto savoir fair profesionalmente domina.

Fue un pregón aleccionador y reconfortante, con unos mensajes que trascendían al evento, arrojándole mucha luz a la parroquia. La máxima con la abrió su proclama fue un pre aviso: «Vull dedicar este pregó a totes aquelles persones que están convençudes de què l'èxit sols està per davant del treball als diccionaris». Era la voz de la sesuda experiencia. A su lado, el batle, Jorge Rodríguez, con una sonrisa, expresaba sus complacencias, a la par que se delataba como apostante en tan inédito pregonero.

Sergio Pomar antes de entrar en materia puso sus cartas sobre la mesa, «l'oratòria no és, precisament, una de les meues qualitats, però sí que ho són la curiositat, la il·lusió i la constància en tot allò que faig». A partir de ese momento se dedicó a mostrar sus recursos bibliográficos, «hasta el siglo XI, en que comienza el despertar de Europa, el mundo rural era autosuficiente», y por tanto a dejar fluir su pedagogía histórica medieval, aunque fuese a grandes rasgos.

Tras un salto de cuatro siglos, Pomar aterrizó en los años de su niñez, con un verbo y unos contenidos que evocan al Joan Manuel Serrat de 1970, en El meu carrer. Pomar es de los ontinyentins que aún conocieron «en el segundo tercio del siglo XX, las singularidades de aquel viejo estilo de comercio». Y como descendiente de aquella generación se sitúa, en primera persona, en «el número cinco de la calle del Delme», su morada de niño y joven, desde donde aboga por unos usos y costumbres por los que saca pecho desde el paso del tiempo, evocando orígenes y cambios. Caso de la Font dels Violins, dedicada a la memoria de Josep Melcior Gomis, a los diferentes comercios que poblaban aquel Poble Nou, y que Pomar no duda en apuntar que «eran de trato próximo, que revertían en la sostenibilidad económica del entorno más próximo».

Poco a poco iba desmenuzando y detallando el palpitar de la vida, en su años jóvenes, entre las décadas de los 60 y los 70, con los mercados del barrio como escenario. También evocó lances de aquella vida cotidiana que perdura en el tiempo. La guinda la hubiese podido poner el ayuntamiento o Festers, a quién compita, encargándole al grupo local de música medieval, Menestrils, la ambientación musical del evento. O celebrar un festival con músicas y músicos que evoquen los sonidos de aquella época. Esperemos que llegue, en el «margen de mejora» de la que habla el gobierno municipal.

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