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Apaga y vámonos

LA CIUDAD DE LAS DAMAS

Apaga y vámonos

No parece necesario incrementar la avalancha de información recibida estos días sobre los cambios en la tarifa de la luz dado el bombardeo indiscriminado de sesudas y técnicas explicaciones sobre las nuevas tarifas, modalidades, causas, efectos, recomendaciones...

Con todo, para el común de los mortales que sólo aspira a tener un suministro suficiente de energía que le permita cubrir las necesidades básicas sin tener que pagar para ello un coste estrafalario, el nuevo sistema tarifario de la energía eléctrica sigue resultando un galimatías bastante incomprensible.

Es difícil encontrar tarea más aburrida que leer una factura de la luz. Y sin embargo hay que descifrar esa letra pequeña, llena de porcentajes, decimales, gráficos de torre, y diagramas de quesitos para averiguar si se tiene tarifa regulada o de libre mercado o para decidir si se contratan dos potencias diferentes, o quién es nuestra compañía suministradora y cuál la comercializadora, que no teníamos el gusto de conocer… Aunque puede suceder, y eso no tiene nada que ver con nuestro nivel de comprensión lectora, que al final, toda esa información tan densa y detallada, solo consiga dejarnos tan desinformados como empezamos, aunque seguro que no era esa su pretensión.

El caso es que nuestra voluntad soberana y ciudadana no va a impedir que haya cambios en el próximo recibo. Cambios que afectarán a nuestros bolsillo o a nuestros hábitos de consumo, o probablemente, a ambas cosas a la vez.

Al parecer lo que se pretende conseguir es «el ahorro energético, la eficiencia, el autoconsumo y el despliegue del vehículo eléctrico», dice el Ministerio, objetivos fuera de toda discusión. Lo discutible es centrar el tiro, dicho sea de forma metafórica, en las familias a las que se incentiva (penaliza) debidamente para que consuman en horarios no coincidentes con los picos de consumo industrial, lo que permitirá que las redes de transporte y distribución, sea eso lo que sea, se encuentren menos saturadas.

Eso impondrá nuevas prácticas sociales consistentes en planchar al amanecer o poner la lavadora de madrugada, que va a ser de risa los conciertos nocturnos ejecutados por los tambores de las lavadoras en funcionamiento. O mirar con miedo al aparato de aire acondicionado en plena ola de calor, temiendo que sea nuestra ruina. O dedicar el séptimo día de la semana no al descanso que lo dice hasta la Biblia, sino a tareas domésticas de obligado cumplimiento.

Además se recomienda que las viviendas y los electrodomésticos sean de alta eficiencia energética, que como todo el mundo sabe, no suelen ser las más asequibles del mercado. Así que los más vulnerables, serán también los más castigados, como suele pasar.

Por eso otras voces, como la de FACUA critican la alegría que el Gobierno da a las compañías eléctricas que no han de invertir en la mejora de las redes de distribución , aunque alegrías ya debería tener suficientes una empresa como Endesa que en 2020 recaudó 1394 millones, cifra ocho veces superior a la del año anterior.

Quizás sería hora de acabar con esa conveniente e inmoral política de puertas giratorias que coloca en los Consejos de Administración de las eléctricas a ex políticos que ofrecen sus servicios al mejor postor.

Quizás se echa de menos una defensa contundente y coherente de los intereses del pequeño consumidor que haga realidad esa vieja aspiración de convertir la energía, como el agua, en un servicio público y no en un negocio para el lucro infinito.

Quizás debería ser la propia ciudadanía la que manifestara alto y claro que se niega a ser quien paga los platos rotos de la fiesta indecente que disfrutan otros.

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