BIBLIOTECA DE FAMILIAS

Los Bailes de Piñata en Xàtiva

Un baile en el Casino Setabense.

Un baile en el Casino Setabense. / Foto Marbau. Records d'una època.

Salvador Català

Sumidos en el primer sábado de Cuaresma, evocaremos hoy los bailes de piñata cuando hubo tradición de celebrarlos en Xàtiva, tal día como hoy, de hace más de un siglo. Dicho baile era considerado como el fin de fiesta que clausuraba el Carnaval a celebrar el primer domingo de abstinencia. Su nombre derivaba de la piña de madera hueca, de papel o barro, que se colocaba sobre el techo del local donde se realizase el baile, de la que sobresalían unas cintas, que al estirarlas lanzaban al público, dulces, pastas, o cualquier otro premio mayor. Según la tradición, la chica que rompiese la piñata con el mayor premio casaría antes de un año.

Intentó la iglesia cristianizar las piñatas, presentándolas como estrellas de 7 puntas, simbolizando cada una de ellas un pecado capital. No solo de gula había que abstenerse en tiempos de cuaresma. Todas ellas, pintadas con colores chillones, símbolos de la tentación. Romper la piñata significaba el premio de la recompensa espiritual que llovía del cielo si se lograba no ser seducido por los placeres terrenales durante la Cuaresma.

A principios de siglo, el Carnaval era en Xàtiva una celebración privada. No había comparsas, ni gente disfrazada que bailaba por las calles, rindiendo culto al dios Baco. Desde el principio, la iglesia luchó contra la concepción griega de la fiesta como bacanal e intentó cristianizarla como una fiesta de adiós a la carne, que permitía el hartazgo previo para luego dar paso al ayuno de Cuaresma. Lo intentó con el Carnaval grande y el chico, el del baile de la piñata. Pero, parece ser que la ingesta de alcohol, el baile agarrado y la sensualidad femenina, causa de la perdición masculina, vinieron a «aguarle» la fiesta a la religión, y se optó por su abierta revocación como fiesta preparatoria para el inicio de la Cuaresma.

Nuestros bisabuelos se divertían asistiendo a la numerosa oferta de espectáculos teatrales, principalmente zarzuelas, comedias, dramas, sainetes o de las variedades que combinaba el cine mudo con actuaciones de magos, ventrílocuos o bailarines, con la sicalipsis, espectáculos eróticos con cantantes jóvenes que se cambiaban de ropa en plena actuación para escándalo de damas y hombres de recta moral. Aquella moda erótica y el baile del carnaval fueron los espectáculos más condenados por la moral de la época.

Para el catolicismo más conservador, los bailes de máscaras excitaban la lujuria en los hombres y ponían en peligro la pureza de la mujer, escondida en el anonimato del antifaz. Podían contribuir por tanto a fomentar los pecados de la carne, tanto de pensamiento como de obra. A la condena eclesiástica se unió también la de la prensa liberal, que lo veía como un espectáculo vulgar, que no merecía disponer de subvenciones públicas para su celebración.

A principios de siglo, y antes de la llegada de las dictaduras militares, la prensa liberal y conservadora lo empezó a denostar, como ahora, no porque la fiesta fuera inmoral, sino por el mal uso que se hacía de ella. Se criticaba que, como en todos los tiempos, el Carnaval o cualquier fiesta laica se convirtiese en excusa para beber sin freno y embriagarse con vino barato y licor, que la Xàtiva de entonces producía en cantidades industriales.

Y no estaban por la labor, tanto conservadores como liberales, de que se apoyaran públicamente aquellos desmanes antiestéticos. Para muchos ciudadanos era inconcebible que un hombre se disfrazase de mujer. Según los ecos de sociedad de la prensa liberal de época «para tiznarse puercamente la cara y enfundarse en el cuerpo un vestido de mujer retirado no ha menester la corporación gastarse pesetas en música ni dar pruebas de mal gusto tolerando el espectáculo».

Pero, a pesar de todo, la mayoría de las sociedades existentes los fomentaron como bailes. Gustaban muchísimo a la juventud. Era una forma divertida de relacionarse y pasar un buen rato, además de recaudar fondos para diversos fines, y durante muchos años se valoró la capacidad y calidad de los disfraces, siempre que no se fomentase el transformismo masculino ni la sensualidad femenina.

Bohemio Gris, pseudónimo que utilizaba el redactor de espectáculos de la prensa liberal, se hacía de eco de la decadencia del carnaval, «es una fiesta que pudo y mereció ser culta, artística, pero que ha degenerado». A la altura de 1911 había desaparecido prácticamente de las calles y quedaba relegada a la conversión de bailes de trajes, tres a celebrar en casi todas las sociedades políticas, sindicales, musicales o recreativas. Todas menos los círculos obreros católicos, organizaban bailes, al igual que los nacientes cines, que organizaban concursos de disfraces. Del baile de piñata, ya arrancada la cuaresma, sólo se celebrarían muy pocos. No lo harían los círculos y sociedades más conservadores, que la consideraban como una irreverencia para los tiempos de Cuaresma. En cambio, la Música Nueva sí que lo celebraba, haciéndolo coincidir con la fiesta de su proclamación como sociedad, con local de recreo y ensayo propio «en su adorno se ha empleado la guirnalda que, descolgándose del techo corre por las paredes ofreciendo un buen golpe de vista. Alumbrado extraordinario. Concurrencia mucha».

Sólo salvaría el Carnaval el buen gusto femenino. En opinión de Bohemio-Gris, qué bellas eran las mujeres disfrazadas de girasoles, húngaras, manolas, japonesas, labradoras o aldeanas suizas y gallegas, aunque las más originales ideasen trajes de colombinas —palomitas—, o de cometa Halley, un astro que sólo visitaba tierra cada 76 años y que fue fotografiado por primera vez en 1910. En el caso setabense, fue uno de los disfraces más originales de los bailes de salón organizados en los Carnavales de 1911. De los hombres, ni palabra. O acaso a todos les daba por disfrazarse de mujer. Y es que los desmanes antiestéticos, mejor censurarlos.

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