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Premios de las artes escénicas: Una celebración clandestina

Jaume Policarpo

Desde 1994 la gente de la escena festejábamos el Día Mundial del Teatro con una rutilante gala en el emblemático teatro Principal de Valencia. A lo largo de los años —aunque acompañada de las clásicas polémicas ligadas a los premios— se había convertido en una de las celebraciones más importantes para la promoción de las artes escénicas en nuestra Comunidad, siendo considerada por todos una pieza de nuestro edificio teatral valiosa y del todo indispensable. Ahora mismo, como ha ocurrido con tantas otras cosas, este encuentro ha quedado reducido a una triste parodia de lo que fue al caer en las manos de Inmaculada Gil-Lázaro. Una gestora que no parece ser muy consciente de la obligación que entraña su cargo de preservar y enriquecer un patrimonio cultural que nos ha costado décadas consolidar y que ella manipula y desvirtúa a su antojo sin que nadie consiga descifrar sus intenciones.

El gran objetivo de este evento era la difusión y promoción de nuestro teatro y para conseguirlo se encargaba cada año a un director de prestigio un gran espectáculo que lo sustentara. PUNT 2 ofrecía la retransmisión en directo del acto y la prensa se ocupaba profusamente de los pormenores del acontecimiento y de la composición del palmarés.

Actualmente la promoción ha quedado reducida a la nada. Tanto es así que ni a los medios ni a los mismos profesionales les ha llegado información del acto días antes de celebrarse. Se ha eliminado la dirección artística y el concepto de gran fiesta escaparate ha mudado en algo que debe parecerse a una simple entrega de diplomas. La dotación económica que recibían los premiados ha sido sustituida por un par de bonos-regalo para pasar un fin de semana en un SPA. Este fue uno de los detalles más pintorescos de la pasada edición, en la que nadie habló excepto el habitual de los premios Nacho Duato, al resto la organización se lo prohibió sin el menor empacho y sin tener en cuenta el desprecio a la libertad de expresión que esto supone. La escultura de Manolo Boix, que se había convertido, con los años, en el emblema de la distinción y el reconocimiento ha sido sustituido por una pieza indefinida, de poca calidad y sin firma. Este año la fecha de la celebración ha llegado con 9 meses de retraso; el 20 de diciembre. Inaudito.

De todos los cambios que ha sufrido este evento no ha habido ni uno solo de ellos que lo haya hecho crecer o mejorar, más bien lo contrario. Lo mismo que ha ocurrido con tantos proyectos, estructuras y organizaciones sometidas a la arbitrariedad y a la torpeza en la gestión de esta inquietante Directora General cuyos recelos y paranoias convierten todo aquello que pretende renovar en fatuas deformaciones de lo que una vez fueron, como en este caso, que ha convertido la gran fiesta del teatro y la danza en una reunión improvisada y marginal de apariencias, vanidades y desconfianzas.

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