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En la dimensión de la Cal Eril

El Petit De Cal Eril

La Rambleta

Sostengo que la psicodelia es la puerta de entrada perfecta para cualquier joven que quiera iniciarse en el rock, gracias a sus inquietantes sonoridades y los misteriosos efectos que la adornan. Sus mágicos mensajes en las melodías y estribillos son capaces de trasladarte a otra dimensión, o al menos, de hacerte imaginar paisajes más atrevidos que los que habitan otras vertientes de la música popular moderna. Casi siempre es divertida y está llena de color. Pasan los años, te haces mayor y cuando escuchas a grupos como El Petit De Cal Eril recuerdas aquellos primeros discos que te engancharon al asunto. Con la conciencia debidamente alterada puedes llegar a creer por un momento que vuelves a tener diecisiete años. Pienso desde hace tiempo que, al final, lo de comprar discos, acudir a conciertos, hablar, discutir y escribir sobre música trata justamente sobre eso: volver a ser un adolescente mirando el mundo por primera vez. Los psiquiatras ya bautizaron ese síndrome. Ver a Joan Pons y sus cuatro adláteres vestidos de blanco como los John's Children interpretando al completo su último LP con dos baterías entre ecos de soul lisérgico, jazz eléctrico, rock espacial y pop bucólico no contribuye a la sanación.

Presidía el lanzamiento un enorme y luminoso triángulo, título impronunciable de una colección de canciones compuestas y grabadas en la carretera. El grupo encendía los motores con la líquida «Cal la clau» y su escalofriante punteo, heredero del sólido saber hacer guitarrístico que poblaba los largos desarrollos en la época dorada del rock progresivo. Las melodías se elevaban entre castillos de teclados ambientales y el denso trotar de las baterías gemelas que propulsaban el show hacia texturas de otra dimensión, como en la trepidante «Partícules de déu». Sonidos semihuecos y modernos en «Som transparents» y miradas hacia el vacío sideral en «Pedres als ulls», repleta de una potencia hipnótica que dejó en trance al público. Acompasaba el invento un bajo denso, dulce y pegajoso como un malvavisco adulterado. La banda tocaba con entusiasmo y desplegaba un fluir que calentaba el corazón de los cuerpos que se estremecían en la pista de La Rambleta bajo el influjo de los hechizos en catalán que Joan susurraba en falsete. Gotas de Love, Pink Floyd, Curtis Mayfield, Canterbury, Flaming Lips, Gorky's Zygotic Mynci y Pau Riba llovían a cubierto para convertir la música de El Petit de Cal Eril si no en algo nuevo, sí en algo sorprendente, intenso y, hasta cierto punto, arriesgado. Impactante y chorreante de vida. El rock espacial se apoderó de «Amb tot», que, con su larga, incendiaria y febril improvisación final extrajo el aliento a más de uno y lo dejó flotando en una dimensión a la que es agradable volver habitualmente, siempre y cuando no te quedes atrapado en ella.

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