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Entrevista

José Ángel Mañas: "Vivimos en una sociedad drogada por prescripción facultativa"

El autor que se dio a conocer con "Historias del Kronen" resucita a Carlos, el protagonista de la novela

José Ángel Mañas con un ejemplar de «La última juerga», ayer en València. m. a. montesinos

Veinticinco años después Carlos Aguilar, protagonista primero de Historias del Kronen y ahora de La última juerga, (novela ganadora del 51º Premio Ateneo de Sevilla) sigue siendo un «imbécil» en palabras de su hermana, y un «hijo de puta» en palabras de su creador. En 2018 Carlos es un representante literario con casi 50 años que sigue machacándose la nariz y las venas pero al que, además, le han anunciado que tiene un cáncer terminal y que le queda un año de vida.

Más allá de que no le quiera nadie, a Carlos tampoco parece haberle ido muy mal en la vida.

Es un hijo de puta que ha hecho lo que ha querido y siempre se ha salido con la suya. Pero es que hay mucha gente que es así, es uno de esos personajes tan negativos que al final tienen gracia. Con un personaje así, da igual hasta la trama de la novela.

¿Por eso lo ha sacado de su habitat madrileño?

Claro. Podría haber vuelto a hacer una tournée en Madrid, pero preferí sacarlo para hacer algo nuevo que pudiera funcionar como cosa autónoma. También ha cambiado el humor respecto a Historias del Kronen, que quizá es más dramática. Y también es más irreverente. La última juerga es una canción punki, un libro malencarado, que no es perfecto pero que va hacia delante. Hay gente que le ha gustado y otros a los que no, pero yo estoy contento.

¿Un personaje como Carlos le sirve para decir un tipo de cosas que hoy en día están mal vista socialmente?

Sí, Carlos te permite ser una válvula de escape, saca tus malos pensamientos y los cataliza. Actuas como José Luis Moreno con sus muñecos, te sacas una parte mala que dice barbaridades y tú quedas superlimpio y supereducado a su lado. Por eso salgo yo en la novela, para que quede claro que Carlos y yo no somos la misma persona.

¿Está de acuerdo con Carlos cuando se encuentra con usted en una fiesta y dice que Mañas es «una antigua gloria» y un «escritor ilegible»?

(Ríe) Es que si sueltas a un personaje con ese vitriolo y que tiene veneno para todos, algo te tiene que caer a ti también.

Fue finalista del Nadal y escritor superventas con 22 años. ¿Cómo le sentó aquello?

Fue extraño. Ni siquiera me invitaron a la velada y me enteré porque mi padre lo vio en la tele y me llamó. De repente empezó a sonar el teléfono, que si el redactor jefe de La Vanguardia, el del ABC? Y yo sin preparación ninguna. Para mí fue muy complejo, pero me ha permitido seguir escribiendo. Aquel fue mi primer premio y después solo he tenido éste de ahora y el Goya por el guión de la película.

Creo que no quedo muy satisfecho con la adaptación al cine de «Historias del Kronen».

La experiencia de escribir el guión con Montxo Armendáriz fue muy enriquecedora. Pero el resultado no fue bueno, como adaptación de la novela no me gustó. Como película que pretende recrear un momento histórico, descuida muchas cosas: la estética, la música, el vestuario... Hasta el casting es incorrecto. Para mí es una película que no existe, no tiene para mí ningún interés.

Incluye una cita de Baroja diciendo que un escritor no ha de tener afición a escribir sino a hablar mal de los demás. ¿Fue lo habitual entre los escritores de aquella «Generación X» en la que se le incluyó?

(suspira) Ese mundo se está diluyendo y los nuevos escritores son diferentes. Son mas americanos que europeos, más preocupados por lo que escriben ellos que por lo que dicen los demás. El europeo es un mundo literario con mucho narcisismo y mucho ego y pretensión, y también muchas envidias. Pero sí, en la vida literaria de los 90 en España se daba mucho eso.

¿Puede que fuese porque entonces un escritor tenía más que ganar que ahora?

Puede ser. El peso que podía tener un Vargas Llosa en la época, por mucho que vendas, no lo vas a tener ahora. El escritor ha perdido la categoría intelectual y moral que tenía. Se ha degradado, pero a lo mejor es que tampoco la merecemos. A quién le importa.

¿Sintió que se había convertido en un portavoz generacional?

No, yo en eso soy como Bob Dylan. Me la pela, porque no voy a ir de voz de nadie. Pero me interesa mucho el periodo en el que ocurrió todo. Los 90 fueron una época muy intensa artísticamente en España que no ha acaparado la atención que merece. Se hicieron muchas películas que funcionaron, y la música también, e incluso en la literatura. Fue un momento muy equiparable a los 80.

¿Aquellos jóvenes hedonistas que en los 90 pasaban de la política son los que ahora votan a Vox o a Podemos?

Supongo que hay de todo, pero lo cierto ahora están Los Planetas con el Niño de Elche haciendo canciones como el «Cara al sol» o «El novio de la muerte». El mundo indie ha sido, en principio, bastante de derechas. Pero en fin, cada uno vive y disfruta de las cosas como quiere. Antes nos quejábamos de que no pasaba nada y ahora somos un país en llamas que, aunque lo sufras, es fascinante.

En «La última juerga», como en «Kronen», hay muchas drogas y sexo, pero poco rock.

Hace tiempo que no me interesa mucho. Lo último que me interesó algo fue el trap. Me gusta porque en el momento en el que se han venido abajo las estructuras han aparecido unos tíos que molestan a las dos generaciones anteriores. El trap es la música de la crisis, no puede ser más minimalista y proletaria, es como el fútbol jugado con una lata. El trap es la música que nos merecemos.

«La droga es un asunto transversal», dice Carlos. Y Yung 'Beef canta que 'la calle está enferma/ necesita medicación'. ¿Hablan de lo mismo?

Totalmente. La droga que no está en las farmacias está en la calle. Vivimos en una sociedad drogada por prescripción facultativa.

Acaba el libro con una canción de The The, «La generación vencida». ¿Es lo que ha sido la suya?

Sí, una generación de balas perdidas, de cabras locas... No pasaremos a la historia, entre otras cosas porque tampoco nos tocó un momento histórico demasiado interesante. El material no era demasiado bueno, aunque hubo excepciones. Pero pese a todo, el desencanto de aquel momento aún tiene su encanto.

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