Pasado y presente se funden en la muestra del pintor valenciano Jesús Herrera en el Museo de Historia Nacional, la principal exhibición de este invierno de la considerada galería nacional de retratos de Dinamarca. La exposición asienta en este país la carrera artística de Herrera (nacido en Petrer en 1976 y con estudio propio en el barrio de Russafa de València), que despegó en 2017, cuando llevaba viviendo ahí apenas un año, al ganar el prestigioso premio de retratos de la Fundación Carlsberg, al que concurrían 1.200 artistas.

«Para mí fue impactante. Quería pasar la primera selección para mostrarme, para que me viesen. Y acabé ganando», explica Herrera, formado artísticamente sobre todo en València y en Italia y que ha participado en varios proyectos en países latinoamericanos como Brasil, México, Bolivia y Cuba.

El premio por su autorretrato «melancólico» doble, de frente y de espaldas y rodeado de imágenes de la melancolía, le abrió las puertas del Museo de Historia Nacional del castillo de Frederiksborg (Hillerød, norte de Copenhague), creado a raíz del incendio que asoló esta fortaleza icónica del Renacimiento escandinavo en 1859.

Herrera recibió de la fundación, de la que depende el museo, el encargo de una exposición tomando precisamente como punto de partida el incendio, la historia del museo y la idea de generar conocimiento a través de la sistematización, que desembocó en All the Partial Knowledge of the World ( Todo el conocimiento parcial del mundo).

La muestra, inaugurada en noviembre, ha sido prolongada dos meses más hasta marzo, gracias al éxito de público y de crítica, que ha elogiado su capacidad para convertir una imagen en una ilusión de la realidad, su sólida formación clásica y su originalidad.

«Por un lado, sí que siento que tengo ese background detrás, como muy fuerte, y ese es mi motor. Pero, por otro lado, intento poner una visión contemporánea y utilizar eso como lenguaje, no como una oda a la historia. Es un lenguaje con el que puedo jugar, meterlo en el lenguaje contemporáneo», afirma el pintor alicantino.

Autorretrato con fuego, que introduce la muestra, es un reflejo de su estilo: el autor aparece de espaldas sosteniendo una postal de una nube de humo, frente a una sábana de la que cuelgan tarjetas con el mismo motivo (objeto además de una escultura independiente) desde distintos ángulos y postales de cuadros del incendio del castillo.

En su afán por conectar la memoria y la labor museística y explorar los límites del género, recopiló todos los retratos en miniatura anónimos incluidos en su colección, usó un programa informático para reconstruir las caras en 3D y, a partir de ahí, pintó los mismos retratos dos veces desde distintas perspectivas.

Las nuevas recreaciones de esas imágenes también aparecen colgadas del propio autor en otro autorretrato suyo doble, vestido con una sudadera y en el que el fondo es un plástico pegado con cinta adhesiva. Es lo que Herrera llama el uso del residuo «como realidad que ha existido y que aparece de nuevo en los cuadros, pero que se vincula a la pintura, al plástico, a las cintas»; el recurso a «pequeños motores» como los suelos, las plantas, los azulejos o la sudadera, parámetros que se repiten para crear un universo propio.

Con ese mismo espíritu reivindica el retrato ecuestre elaborando un tríptico con cuadros de reyes daneses de la colección del museo y clásicos del género y haciendo su propia contribución con un díptico en el que sobre el caballo no hay ninguna figura de poder, solo minirretratos anónimos, y él vuelve aparecer de pie y de espaldas.

En 2017, Herrera ganó la IV Beca Espai Rambleta por Spatium Hermeticum, un proyecto pictórico que plantea una reflexión en torno a las estrategias tradicionales de exhibición. Está decidido a que su base siga siendo Dinamarca, y desde ahí piensa en retomar a medio plazo proyectos de colaboración con otros artistas enfocados hacia América Latina.