Seguramente son las dos palabras más repetidas de los últimos tiempos. Con las palabras sucede eso: de repente empiezan a salir por todas partes y es como si hubieran estado ahí toda la vida. Y también pasa lo que suele pasar cuando una palabra se repite machaconamente: acabamos no sabiendo qué significa. No sé a ustedes, pero a mí me pasa eso con lo de la «nueva normalidad».

«Aparentemente» quiere decir que lo de antes era normal y que lo que antes era normal ahora ya no lo será. Y digo aparentemente porque tengo mis dudas de que lo que venga, cuando el coronavirus se relaje, vaya a ser muy distinto a lo que había antes de que llegara el bicho. La vida de antes era una vida que muchísima gente vivía en el centro de la precariedad. Cuando la crisis económica de 2008, los únicos que no perdieron nada -al revés: ganaron mucho- fueron los de las grandes fortunas. La crisis de la pandemia, ¿quién la va a pagar? Pues no sé, pero es casi seguro que más o menos los mismos que la pagaron en 2008.

Se ha puesto de manifiesto, en estos duros meses, que el servicio público -sobre todo el sanitario, pero también algunos otros- ha salvado el marrón de muchas más muertes de las que hemos sufrido. ¿Creen ustedes que a partir de ahora la sanidad pública -y sus otros compañeros de viaje- verá aumentados sus recursos como se merece, que la atención primaria se verá reforzada para poder cumplir con el papel que ha de jugar en estos momentos y en los que van a venir, que aumentarán los contratos y que esos contratos no serán precarios? ¿Ustedes qué opinan? No me lo digan, que lo adivino por la cara que ponen. ¡Cómo me gustaría equivocarme!

Uno de los problemas gordos que tenemos en España es que nos dedicamos al monocultivo productivo. El ladrillo y el turismo. Nada más. Ni la investigación. Ni la agricultura. Ni el medioambiente. Ni los cuidados en la dependencia. Ni la cultura en su más ancha y necesaria expresión. Nada que no sea turismo y ladrillo. Y de ahí no salimos. Pues que nos vaya bonito, como dice el bolero de José Alfredo Ji ménez.

También ha brillado mucho en este tiempo de y post confinamiento algo hermoso: la solidaridad en los balcones con quienes se estaban dejando la vida para aliviarnos las mordeduras del puñetero pangolín de los demonios. Cuando llegaban las ocho de la tarde, aparecían los aplausos y las canciones. Y había en el ambiente algo así como un feliz deslumbramiento: de repente éramos humanos como nunca lo habíamos sido, le poníamos una sonrisa a la tristeza, cambiábamos el miedo por coraje, como escribía Mario Benedetti. La gente se asomaba a las calles para llenarlas de abrazos, de esa solidaridad que tantas veces se echa de menos cuando se trata de echar una mano a la fragilidad. Se acabó el confinamiento y se acabaron los aplausos y las canciones. Eso puede parecer normal. Pero la pregunta es la de siempre: ¿nos acordaremos de esos aplausos y esas canciones cuando hayan pasado sólo unas semanas? Lo nuestro no es precisamente la memoria. Somos más dados al olvido que a guardar como algo hermoso los recuerdos de cuando éramos mejores. Porque en esos días lo fuimos. Nos mirábamos en el espejo de las personas y las instituciones que daban la cara por nosotros y lo que veíamos era eso que se llama sentido de pertenencia. Estábamos en el mismo tajo, éramos lo mismo, nos juntaba la condición más noble y digna de lo humano. ¿Y cuando pase todo este malestar, qué?

Si hay un detalle que me provoca una sensación rara es el saludo con los codos. Aquella vieja canción de Bruno Lomas: Codo con codo, ¿se acuerdan? No puedo con ese saludo. Bastaría con mirarnos, ¿no?: sólo un segundo y sería como si la mirada fuera un abrazo largo o un beso de película sin censura. Pero con los codos? por favor. ¿De verdad que esa manera de saludarnos se va a quedar hasta que nos llegue la vacuna? Yo flipo.

Ojalá lo que sea la nueva normalidad no repita lo peor de cuando todo era «normal» y nos sorprenda un tiempo de igualdad, de solidaridad, de apuesta por el bien público y común. Un tiempo de balcones abiertos para que los aplausos y las canciones de hace unas semanas no desaparezcan nunca por los rincones más lejanos y oscuros del olvido.