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EL AÑO DE LAS RESACASFernando Soriano

Fuera de compás

El año de las resacas

Soy un hombre enfermo, la resaca es mi enfermedad. Debe ser algo muy grave porque nadie me puede curar. Lo cantaban los Deltonos, que admitían que su querencia por el alpiste y no seguir los consejos del doctor no iban a contribuir a finiquitar su dolencia. Cuánto hemos bebido este año que recién acabó. En casa, durante el confinamiento, por placer, por necesidad, para mitigar los efectos que la soledad, la pena, la ansiedad y el aburrimiento tuvieron sobre nosotros. Año de resacas, por consiguiente. De vida doméstica con la lengua de trapo, cefalea, náuseas, diarrea, malestar general, fotofobia e hipersensibilidad acústica. De salir a quemar la barraca en cuanto levantaron las restricciones a principio de verano y amanecer, destrozado por la edad y la falta de mesura, sabiendo que se ha hecho viejo porque consume más material la mañana de dolor que la noche de gloria: ibuprofeno, alprazolam, Valium, zumo de aloe vera, bebidas para deportistas…total por novecientas birras para bajar el pollo adobado con sal del Himalaya. Porque usted, fuera de casa, come salado.

Decir que Kingsley Amis era un aficionado a la bebida sería insultarlo. La priva era su razón de ser. El padre de Martin trató sobre el bebercio y sus consecuencias en una serie de libros, recopilados en España bajo el título de «Sobrebeber». En su apartado dedicado a la resaca, Amis distingue entre la meramente física, que es sobre la que hemos hablado hasta ahora, y la que tiene un componente más oscuro y psicológico, que añade remordimientos, lloros, angustia vital, arrepentimiento por el daño causado a familia, pareja y amigos, desasosiego por tener que rendir cuentas y miedo al ridículo. Digamos que salir al comedor de su casa a las tres de la tarde como un espantajo siniestro, temblando, descompuesto, con un derrame en un ojo y la cara pintada de mapache tiene mala explicación ante unos padres preocupados por la agitada vida nocturna del chaval, pero peor si es ante su mujer y sus hijos pequeños.

Amis aboga por soluciones como el bloody mary, el alka-seltzer, el sexo mañanero o leer a Solzhenitsyn para que, al compararte con el habitante de un gulag, dejes de sentirte como una mierda con forma vagamente humana. A mí me ha funcionado con ‘La lista de Schlinder’. Un buen baño o un esmorzaret convenientemente regado entre amigos también acaban resultando. Igual que escuchar música relativa al tema en la intimidad de los auriculares mientras se pasea solitariamente por un entorno agradable. «Hoy no me puedo levantar» mola, pero en la versión lacerante de El Niño Gusano. «Sunday morning» de Bolshoi es una apuesta segura para remontar el vuelo, como la de la Velvet Underground. «Nobody knows the way I feel this morning» por Dinah Washington es sublime y «Alcohol», de los Kinks, me pone de rodillas. No obstante, mi canción favorita sobre la resaca es «Sunday mornig coming down» por Kris Kristoferson. Sus imágenes sobre camisas sucias, cervezas para desayunar, campanas llamando a misa y niñas jugando al sol bajo la mirada de sus padres limpios y orgullosos hacen que quiera emborracharme otra vez.

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