Escuchar músicas del XVIII en un marco tan solemne como el Almudín, resulta tan inquietante como conmovedor. Esas piedras centenarias reciben generosamente los sonidos y los devuelven al oyente sin artificio alguno.
Protagonista exquisito de cada entrega fue el Ensemble Brezza, reunido en trío para la ocasión. Es un grupo joven de formación helvética y gran destreza en cada uno de sus instrumentos. A la flauta traverso, el salmantino Pablo Gigosos brindó un sonido pulcro junto a una admirable maestría técnica. La madrileña Marina Cabello del Castillo, con la viola da gamba fue una sólida responsable del bajo continuo, imprescindible como sustento de las distintas armonías de cada obra. Y al clave, el holandés Teum Braken, resolvió las exigencias de las diversas partituras con un sonido consecuente y diferenciado, que delataba una formación rigurosa y especializada.
Englobados bajo el epígrafe de «El arte de preludiar», el ensemble agrupó una serie de compositores dentro del esquema de ‘La vida es sueño’, de Calderón de la Barca. El preludio se originó siendo una forma breve que anticipaba otro conjunto de danzas como la zarabanda, la giga, el minué o la chacona. Años después, Chopin acudió a él y escribió sus famosos 24 preludios, siguiendo Scriabin, Debussy, Rachmaninoff o incluso John Cage,vi que los escribió para piano preparado.
Resultó en conjunto una entrega equilibrada y resuelta con tacto y sin fisuras: desde el ‘Arioso’ de Brenda, hasta la ‘Sarabanda’ de Leclair y el ‘Concierto’ de Rameau. El público aplaudió con generosidad y los Brezza volvieron al escenario con un magnífico ‘Tambourin’, de Rameau. Oportunidad para «descubrir» un viejo repertorio.