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Salzburgo, casi como antes

MÚSICA CRÍTICA

Salzburgo, casi como antes

A Salzburgo, la ciudad de Mozart y del festival, está ya casi como antes, casi como siempre. Y en un año muy especial, ya que se cumple el centenario de su festival, el más popular y prestigioso de todos. Y en este año de celebración de tantas cosas –también la vuelta «relativa» a la normalidad-, ha retomado el estreno de Così fan tutte, en la muy esperada producción de Christof Loy, que, finalmente, ha llegado al atestado Grosses Festspielhaus de la ciudad de Mozart tras haber sido cancelado la pasada temporada por la pandemia. Ahora, sin distancias de seguridad ni nada que se le parezca -ni una sola localidad libre entre las 2.179 estrechas butacas-, pero con estricto control en el acceso -se exige certificado de vacunación, entrada personalizada y documento de identidad, además de mascarilla Fpp2, las otras aquí no sirven-, el «Así hacen todas» ha recalado con sus líneas definidas y limpias, con su blanca, quieta y estática escenografía, de Johannes Leiacker.

La debutante directora de orquesta alemana Joanna Mallwitz se mostró anodina y previsible hasta el aburrimiento con un gobierno sin pulso ni pálpito; dispuesta a poco más que a seguir el curso de la música en lugar de a marcar y orientar su rumbo y sentido. Por ello, prodigios como el trío «Soave sia il vento» apenas levantaron el vuelo. Con todo, la Filarmónica de Viena volvió a sonar en el foso casi tan bien como siempre. ¿Podría ser de otra manera? Como también sus colegas vocales del Konzertvereinigung Wiener Staatsopernchor, que no perdieron la ocasión de lucir calidades, particularmente en el «Bella vita militar».

La deliberada quietud, plana e inamovible, de la blanca y única escenografía -más de un cabreado espectador dijo al final que el Festival había vendido como escenificado un Così que en realidad era en versión de concierto- realza el fino y hábil trabajo actoral de Loy, que maneja la escena con soltura, gracia, desparpajo y efectividad. El vestuario, todo en blanco y negro, salvo cuando los dos pánfilos de Ferrando y Guglielmo aparecen disfrazados, pero más que de chalados albaneses, de payasos del anuncio de Micolor. Tiene su gracia. Más allá de la tontería, los seis cantantes protagonistas cuajan un soberbio trabajo escénico, entregados sin reservas al eficaz dictado del director de escena alemán, quien a sus 58 años ha firmado en Salzburgo uno de sus más hilvanados trabajos escénicos. Su aparición en los saludos al final del estreno fue la apoteosis del éxito. Un triunfo no alejado del cosechado el pasado noviembre en el Teatro Real de Madrid, con Rusalka, y tantos otros.

Entre los cantantes, destacaron los seis. Pero se impuso la Dorabella de Marianne Crébassa, una voz poderosa, natural, fresca, ágil, bellísima y maravillosamente gobernada. La mezzo francesa, que ya fascinó a todos en el Palau de les Arts, el pasado 29 de mayo, con su interpretación de Les nuits d’eté de Berlioz acompañada por la OCV dirigida por Antonello Manacorda, se llevó claramente el gato al agua con una encarnación también soberbia en el aspecto actoral. Estrecha y libertina, reservada y descarada, según vaya la cosa del genial enredo dapontiano y la sutil visión de Loy. Sus dos arias –»Smanie implacabili», y «È amore un ladroncello»-, perfectamente distribuidas en cada una de los dos simétricos actos, fueron cimas de su interpretación y de la noche.

Elsa Dreisig fue una creíble e involucrada Fiordiligi, con una línea de canto acaso en exceso ligera para la dramática vocalidad del personaje, lo que no impidió que algunos agudos resultaran destemplados. Bogdan Volkov (Ferrando), lució preciosismo vocal en una interpretación que encontró su gran momento en un «Aura amorosa» de inspiración belcantista y con «mezza voce» y pianísimos matizados a lo Kraus. La apuesta presencia escénica de Andrè Schuen contribuyó a la credibilidad de su Guglielmo, como también el sólido, pero no muy enseñoreado don Alfonso de Johannes Martin Kränzle. La pizpireta, larga, bien cantada y mejor caricaturizada Despina de la mezzo Lea Desandre fue la guinda de una hermosa noche de ópera en la que casi todo volvió a ser y estar.

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