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Crítica

Concierto feliz, esperanzador

Alexander Liebreich dirige la Orquestra de València. | PALAU DE LA MÚSICA

No ha podido tener mejor inicio la titularidad de Alexander Liebreich en la Orquestra de València. Ante un Auditori del Palau de les Arts casi a rebosar; con una solista del fuste de Elisabeth Leonskaya (Tiflis, Georgia, 1945), y junto a una revitalizada orquesta cargada de ilusión.

Fue un concierto feliz. Y esperanzador, que borra de un plumazo la fracasada titularidad de Ramón Tebar y despeja un futuro de novedad, luz, buena música y disfrute.

Hacía tiempo que la Orquestra de València no sonaba tan brillante, positiva, contenta e implicada. Liebreich ha cuidado planos, calibrado registros y pulido aristas, para transformar con su oficio y saberes el sonido de una formación deseosa de ser mejor. Una transfiguración que responde, sobre todo, a la ilusión generada por el relevo de una titularidad tan deseada como imprescindible. Los que desde hace décadas sienten y quieren a la Orquestra de València como algo propio, cercano y entrañable, vivieron el jueves la alegría de ser testigos del comienzo de la salida sin retorno de un sombrío hoyo.

Las primeras notas de la tarde, cantadas por el trompa solista Santiago Pla en el solo del comienzo del ‘Segundo concierto para piano’ de Brahms, fueron preludio, aviso y reivindicación de esta nueva etapa. Sonaron afinadas, seguras, calmadas y hermosamente hilvanadas. Tanto como luego, en el tercer movimiento, el solo de violonchelo, expresivamente animado por Mariano García; o, en la segunda parte del programa, el rodriguero solo de viola de ‘Per la flor del Lliri Blau’, por Santiago Cantó, los timbales perfectos y perfectamente afinados de Javier Eguillor, el oboe de Roberto Turlo, el concertino Enrique Palomares, la trompeta de Raúl Junquera, el trombón de Rubén Toribio…

Alexander Liebreich sacó las mejores cualidades de los buenos solistas que abundan por los primeros atriles de la Orquestra de Valencia, a los que arropó e insertó en el crecido y unitario tejido orquestal que, detalles al margen, se escuchó con empastadas claridades y equilibrios.

Fueron cualidades que marcaron la versión (de 1919) de ‘El pájaro de fuego’ que cerró el programa, insuflada de sentido teatral y brillantez sinfónica. Antes, Liebreich tuvo el tacto y buen gusto de incluir música valenciana en su primer programa como titular. ‘La flor del lliri blau’ sonó brillante y sugerente. También tenue y evocadora en sus pasajes más contenidos, y expresamente veloz en sus pasajes más brillantes. El metal sacó su poderío con la misma fuerza con que el viola Cantó cantó el mesurado solo. ¡Bravo!

A sus 75 años, Elisabeth Leonskaya es leyenda del piano. Mantiene el pulso, la fuerza, el aplomo y la fidelidad que siempre ha distinguido su carrera, tan deudora de la formidable escuela pianística soviética como de sí misma, de su talento y voluntad. Afrontó el musculoso y monumental ‘Segundo’ de Brahms con vigor, claridades (escueto uso del pedal de resonancia) y extremadas delicadezas. Armada en un pianismo de poderoso voltaje, hoy sabiamente ajustado a su disposición física. Algún despiste (segundo movimiento) o leves rozaduras en absoluto empañaron una interpretación a todas luces inolvidable.

La cumbre del paraíso, acaso la felicidad, alcanzó la cumbre en el impromptu de Schubert (el en ‘Sol bemol mayor del opus 90’) que regaló como respuesta al clamor de todos. Inolvidable.

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