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Miguel PovedaLevante-EMV

Poveda universaliza el flamenco en Les Arts

La animalidad de su voz ponía molde a su sentimiento, con severidad por los códigos del cante antiguo y la mecanografía urgente de los ritmos del mestizaje actual

El maestro Rafael de Paula dijo en una ocasión que para ser artista hay que tener carisma y poder de convocatoria. Dos virtudes que ayer por la noche derrochó sin fin el cantaor Miguel Poveda en el Palau de Les Arts. Fue durante la inauguración del ciclo ‘Les Arts és flamenco’ con un auditorio que rozó el lleno, ya sin distancia de seguridad entre las butacas pero sí con mascarilla.

Les Arts todavía guarda los espasmos del llanto flamenco del cantaor de Badalona. La súbita luz de su cante daba un aire triunfal al auditorio. La animalidad de su voz ponía molde a su sentimiento, con severidad por los códigos del cante antiguo y la mecanografía urgente de los ritmos del mestizaje actual.

Porque Poveda es una deidad flamenca, un cóndor sobre las tablas como también lo fueron las grandes copleras de la historia como Lola Flores o Rocío Jurado. Su conexión total con el público, cantando temas que le pedían in situ y subiendo hasta las últimas filas de Les Arts para bailar desde allí, conforman una personalidad en contra de todos los tópicos, que estiró con variedad y amenidad durante las casi dos horas que duró el concierto.

Y gracias a eso, él es un artista que universaliza el flamenco porque sabe transmitirlo para que lo entiendan avezados y principiantes. Honró la copla con el bamboleo de su flamante estilo y su fragante chorro de voz, tan caudaloso que se tenía que apartar el micro para cantar.

Nada más empezar, en el segundo y tercer cante, la honradez de su pensamiento estuvo al servicio de su propio cuerpo como si se tratase de una especie de introspección. Fue en ese momento cuando se acordó de García Lorca: «Necesito a Federico en mí. Siempre digo que mataron a la persona pero no al poeta», sentenció, bajo un paraguas de aplausos, antes de arrancarse. Interpretó una premonición de la muerte, incluida en Poema del cante jondo, y los breves versos del Silencio. La belleza convulsa, serena y excepcional de su dicción durante esas poesías fue directa al alma, con la sequedad profunda de una puñalada y la calidez sensible de un beso.

Y es que entre el flamenco y la poesía siempre ha habido una atracción inherente a modas y movimientos culturales. El ejemplo ahora es Miguel Poveda. Porque el motivo sonoro del cante siempre va acompañado de la insultante belleza que desprende la onda expansiva de la poesía. Cantar flamenco, sin el follaje de lo moderno, ofrece las inasibles imágenes que proyectaron obsesivamente desde la Generación del 27, en especial RafaelAlberti o Lorca, los dos que más se acercaron al cante.

Luego, a petición de un asistente, también representó La Lluvia, el poemade Jorge Luis Borges. Recordó la letra en directo, como si se tratara de un ensayo, y la persona que la solicitó, cogió felizmente la mano de su pareja para no soltarla ya hasta que acabó de cantar.

El artista catalán se aferra a los poetas como si fueran su propia identidad. Porque uno es lo que lee y escucha. Por eso también se acordó de Bambino en un rumba maravillosa.

Su voz tuvo una vehemencia única durante unas malagueñas profundísimas. Salía de su interior un quejío roto que era una lámina de oro del flamenco. Su cante era salvador. Prueba ello es que le costó respirar cuando acabó el tema.

También hubo fandangos, tarantas, alegrías, guajiras y tangos de Triana. El broche redondo fue una nueva canción de su futuro disco «Diverso».

El guitarrista Jesús Guerrero brilló con su toque, Paquito Gonzaléz marcó la diferencia con la percusión, siempre en el cajón pero con toques de yembés, caja o platos; Carlos Grilo estuvo genial a las palmas; y El Londro lo acompañó espléndidamente en el cante y compartió varias canciones.

El misterio de Miguel Poveda nace como una llaga, doliendo y quemando, pero no demasiado, y comunica con todos. Esa es su verdadera genialidad. 

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