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Crítica

Ecos de campanas

Desdén antiguo, la literatura y la pintura han velado la importancia de la música en el Siglo de Oro español: Cervantes o Lope, en las letras y Velázquez o Zurbarán, en la pintura, tuvieron mucho más calado que Tomás Luis de Victoria o Carlos Patiño, tanto en su momento como en tiempos modernos.

Un programa dedicado a este repertorio supone un soplo de voces y ecos diferentes para los socios filarmónicos más acostumbrados al periodo clásico o romántico. De ahí el acierto de la visita del grupo Opera Omnia, en formación de trío, compuesto por el arpa de dos órdenes de la española Sara Águeda, la viola da gamba de la cubana Calia Álvarez y la exquisita voz de la soprano francesa Manon Chauvin. Las dirige Isaac Pulet, violinista especializado en la recuperación de pentagramas pretéritos.

Abundaron los ejemplos del madrileño Juan Hidalgo, importante músico de la capilla Real de Madrid, entre el XVI y XVII, y protegido del Duque del Infantado. Sus seis canciones fueron el vehículo perfecto para el lucimiento de Chauvin, cuyo timbre se amolda con afecto y sin excesos, sin perder delicadeza o expresividad.

Fue fundamental la compañía (que no mero acompañamiento) de Águeda y de Álvarez, poniendo el soporte armónico pero también mostrando -y demostrando- sus destrezas individuales en las cortas pero comprometidas piezas de Martin y Coll o Diego Ortiz.

Tejidas sobre la temática del amor «humano», sorprendió la picardía del turolense Manuel de Egües, en su divertida «Quieres estarte quieto, Cupido», que las tres artistas escenificaron con total entrega y, en muchos momentos, con él inesperado acompañamiento del volteo de campanas del Micalet valenciano. Seguro que no lo olvidan.

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